Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de abril, 2022

Lluvia

Caminar por Santiago el día después de la lluvia es especial. Algo del todo infrecuente. A quien vive en esta ciudad de cemento por momentos se le olvida que la lluvia existe. Pero hoy es uno de esos días para recordarlo. Ayer llovió. Y hoy Santiago amanece con la humildad del que recibe una segunda oportunidad sin merecerla. En las calles se aprecian hojas en el suelo (anaranjadas, amarillas y verdosas), rendidas y felices, como esos que por despeinados delatan haberse amado unas horas atrás. Los pastos humedecidos expelen gratos aromas y algunos malos olores, pero cuando la naturaleza regala sólo toca gozar y recibir con gratitud. Las flores callejeras destilan gotas de agua caída del cielo. Los primeros pasos que uno da al salir de su casa llevan esa reverencia del colegial que comienza escribir la primera página de un cuaderno en blanco. ¿Cuánto durará este sentido de maravilla? La mente del metropolitano de a poco vuelve a colmarse de obligaciones y el cuerpo regresa al estrés. Pe

Zorzal

"Cuentos sin gloria" tiene el agrado de invitarles a leer este relato venido de la pluma de mi amigo Lucas Schubert, un escritor de 12 años que vive, piensa y siente en el sur de Chile:   “Zorzal”   El zorzal, lleno de tristeza, me mira y reclama: - ¿De veras tengo yo que morir para terminar tu cuento? ¡Siempre el pájaro muere! ¿Por qué? (¡Sería tan fácil un final feliz!) Pero no hay remedio. Con ojos llorosos le respondo: - Mira, el pájaro debe morir. Así el cuento es más profundo. - O sea, sólo por el placer de escuchar un cuento profundo, ¿tengo que morir? ¡Nunca escuché un cuento en el que el narrador muriera! – se queja. - Espera. ¿Que muera el narrador? - Sí, pienso que es necesario. ¡Eso sí sería muy profundo! Y entonces, muero yo. Todo sea para que el cuento luzca hermoso.

Artesano

Sin maestrías ni doctorados, se volvió experto por experiencia. La dictadura comenzó cuando él egresaba de la escuela de derecho. No hubo tiempo ni chance para especializarse en el extranjero, sino sólo para accionar en su terruño con lo que sabía y lo que tenía. Manejaba, sí, algunas normas constitucionales, ciertos artículos del Código Penal y uno que otro tratado internacional, pero, ¿y el resto? Bueno, eso tuvo que aprenderlo sobre la marcha. Las noticias de compañeras desaparecidas, algunas torturadas, y los incipientes rumores sobre estudiantes muertos en extrañas circunstancias, lo forzaron a debutar en los tribunales con sus primeros escritos. ¿Éxito? Ninguno: perdió todos los recursos que presentó. Sus argumentos -por persuasivos e inteligentes- no lograban esclarecer los hechos y, menos, identificar a los culpables. Intuyó que tocaba perseverar (y, de paso, tuvo la suerte de que no le pusieran precio a su cabeza). Llegada la democracia siguió haciendo lo suyo. Su oficina -rep