Caminar por Santiago el día después de la lluvia es especial. Algo del todo infrecuente. A quien vive en esta ciudad de cemento por momentos se le olvida que la lluvia existe. Pero hoy es uno de esos días para recordarlo. Ayer llovió. Y hoy Santiago amanece con la humildad del que recibe una segunda oportunidad sin merecerla. En las calles se aprecian hojas en el suelo (anaranjadas, amarillas y verdosas), rendidas y felices, como esos que por despeinados delatan haberse amado unas horas atrás. Los pastos humedecidos expelen gratos aromas y algunos malos olores, pero cuando la naturaleza regala sólo toca gozar y recibir con gratitud. Las flores callejeras destilan gotas de agua caída del cielo. Los primeros pasos que uno da al salir de su casa llevan esa reverencia del colegial que comienza escribir la primera página de un cuaderno en blanco. ¿Cuánto durará este sentido de maravilla? La mente del metropolitano de a poco vuelve a colmarse de obligaciones y el cuerpo regresa al estrés. Pe
Historias corrientes que pueden estar sucediendo en este preciso momento en cualquier lugar del mundo.