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Artesano

Sin maestrías ni doctorados, se volvió experto por experiencia. La dictadura comenzó cuando él egresaba de la escuela de derecho. No hubo tiempo ni chance para especializarse en el extranjero, sino sólo para accionar en su terruño con lo que sabía y lo que tenía. Manejaba, sí, algunas normas constitucionales, ciertos artículos del Código Penal y uno que otro tratado internacional, pero, ¿y el resto? Bueno, eso tuvo que aprenderlo sobre la marcha. Las noticias de compañeras desaparecidas, algunas torturadas, y los incipientes rumores sobre estudiantes muertos en extrañas circunstancias, lo forzaron a debutar en los tribunales con sus primeros escritos. ¿Éxito? Ninguno: perdió todos los recursos que presentó. Sus argumentos -por persuasivos e inteligentes- no lograban esclarecer los hechos y, menos, identificar a los culpables. Intuyó que tocaba perseverar (y, de paso, tuvo la suerte de que no le pusieran precio a su cabeza). Llegada la democracia siguió haciendo lo suyo. Su oficina -repleta de libros, fotocopias y expedientes judiciales- fue el laboratorio donde imaginó estrategias y pergeñó sus mejores discursos (esos que captaban la atención de los jueces y les impedían dormirse en las audiencias). Las décadas -gota a gota- comenzaron a darle la razón. Sus querellas fueron acogidas a tramitación; hubo acusaciones; y llegaron las primeras condenas en contra de los agentes de la represión. Los familiares de las víctimas, o los propios sobrevivientes, lo buscaron para postular a una reparación. Él los recibió. La semilla germinó y dio frutos. Hoy, algo cansado, mira las nuevas generaciones y abraza una esperanza: “Ahora estamos mejor preparados para enfrentar los embates del abuso”.

Comentarios

  1. Hay gente así.. En peligro de extinción en estos tiempos donde servir al prójimo es una rareza.. Gracias Franxu

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