¡Pobres pajaritos! La tienen bien difícil. ¿Dónde podrán
anidar? En la Línea 1 del metro de Santiago las opciones son pocas y complejas:
emigrar al poniente es partir a Neptuno. Y volar al oriente, es meterse en las
rejas. Lo primero es extremo: pedirles que abandonen la tierra para salir hacia
los confines del sistema solar es agotador (¡un par de aleteadas más y se encontrarán
con san Pablo allá en la gloria!). Entonces se preguntan, ¿será posible trascender
aquellas malditas rejas que amenazan con enjaularlos? Quienes lo han logrado
testifican que luego se llega al Ecuador. ¡Qué preciosura! ¡Calor en la mitad
del mundo! Sí, esos son rumores motivantes, ilusiones poderosas para no aflojar
el vuelo. [Nota del editor: léase con un mapa de la red de trenes santiaguinos
frente a los ojos].
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
Qué buen relato breve
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