El Kakuka,
un coreano diestro para las artes marciales y ducho en el manejo de los
teléfonos móviles dentro del penal, fue enviado a una celda de castigo el mismo
día cuando tuvo la idea de hacer una exhibición de sus mejores patadas y golpes
en presencia de algunos gendarmes y otros presos. Siendo siempre un sujeto
sagaz y experimentado en estas lides, esa vez olvidó tomar la precaución de
quitar del bolsillo de su buzo un chip de celular que cayó al suelo en el
instante que él saltaba por el aire. Ante la evidencia, Kakuka se
entregó.
El Soplete sin llama,
chilenito y coleccionista compulsivo de romances frustrados, recibió una
sanción por la trifulca que generó un domingo en el Venusterio. Ese día uno de
sus compañeros de celda enfermó gravemente, fue a dar a la enfermería y no se
hallaba en condiciones de amar y ser amado por su mujer. Desde su lecho de
dolor le envió al Soplete el recado de que, por favor, fuera a
explicarle esta desgracia a su señora. Pero el mensajero se tomó atribuciones
adicionales y acabó reemplazando al enfermo en las artes maritales. Se supo todo,
se armaron los bandos y estalló la violencia: hubo golpes cruzados entre
quienes defendían a uno y a otro.
Los tres presos se conocieron
en un taller de poesía carcelaria. Llegaron allá movidos sólo por la necesidad
de hacer méritos para recuperar los beneficios intrapenitenciarios que habían
perdido por las faltas cometidas. Sabían leer y escribir y eso les permitió
inscribirse. Cuando el alcaide leyó sus nombres en la lista del curso dijo para
sí, “estos bandidos tienen puras ganas de jotearse a la maestra”. Y quizás
tenía algo de razón. La profesora que impartiría el curso era una joven
hermosa, estudiante del último año de su licenciatura en letras y se había
ofrecido de voluntaria para ejecutar este proyecto en una cárcel de hombres.
La maestra los visitó dos veces
cada semana por tres meses seguidos y al final quedó sorprendida por el éxito
del taller. Ella les había dicho que escogieran un tema cualquiera. Los tres
eligieron la libertad. Y ni que hubiesen leído a Stuart Mill o hubiesen nacido
para redactar la constitución política, los presos se motivaron y, pasando por
alto los errores de ortografía, engendraron tres poemas radicales sobre una
vida sin cadenas. El Kakuka, crudo y pragmático, escribió “Ni
cagando te vuelvo a perder”. El Cara’e gol, empapado por las
cartas del apóstol Juan, debutó con “Hijo del viento”. Y el Soplete sin
llamas, sublimando sus deseos carnales insatisfechos, principió su
carrera literaria con su cacofónico poema “¡Algún día serás mía y sólo mía!”.
El taller terminó. La joven
maestra se graduó con los máximos honores de su facultad. Los años pasaron. Los
tres presos no supieron más de ella y renunciaron a sus planes de fuga. Pero no
hay noche, por maldita que haya sido la jornada, que en la soledad de sus
conciencias los nuevos poetas no saquen sus plumas para volar sobre hojas de
cuadernos de matemáticas, anticipando con rimas o versos prosaicos la llegada
del día cuando saldrán del penal caminando como hombres liberados.
Es uno de mis favoritos!!!
ResponderBorrarBuenísimo! Me cautivo la historia
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