Atormentado esa mañana despertó Mengano. Bajó de la cama sin convicción. En el baño su organismo le jugó una mala pasada. Inhibido el apetito fue incapaz de desayunar. Se vistió y salió a la calle. Sintió el frío y dudó de su existencia. Miraba en todas las direcciones cual prófugo de la justicia. Abordó el metro respirando el pánico del ambiente. En el vidrio del tren notó su reflejo y se avergonzó. Las manos le sudaban y encima esa corbata le dificultaba respirar. Sonó su celular. Era la menor de sus niñas. “¡Te amo, papá!”. Y como la sombra nocturna cuando el sol se levanta, comenzó a disiparse el miedo.
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