Los tres colegas se dieron
cita en un bar. Fueron años sin verse desde cuando egresaron de la escuela. Uno
litigaba, el otro ejercía la judicatura y el tercero oficiaba como catedrático.
En silencio y con algo de vino en la cabeza cada quien miraba a los otros dos y
sentía cierta lástima por ellos. El litigante pensaba para sí: “estos optaron
por la quietud del despacho y de la biblioteca. No se agitan, no sudan y nunca
han tenido que vérselas de cara con la ingrata realidad. ¡Qué ingenuos!”. Por
su parte el juez cavilaba dentro suyo: “estos creen que las sentencias
judiciales se dictan en función a sus alegaciones histriónicas o a sus
alambicadas teorías extra-planetarias. ¡Qué cándidos!”. El académico desde su
rincón de la mesa razonaba con elegancia: “estos se han embrutecido con la
práctica. Están atrapados y son incapaces de abstraerse de la realidad concreta
que tienen frente a las narices. ¡Qué inocentes!”. Al momento del brindis de
rigor despabilaron los tres. Alzaron sus copas. Se desearon lo mejor. Hubo
abrazos y palmoteadas en las espaldas. Juraron sin falta un próximo
encuentro sin sospechar jamás que unos a otros se miraban como unos perfectos
incompetentes.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
Comentarios
Publicar un comentario