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Trilogía

Los tres colegas se dieron cita en un bar. Fueron años sin verse desde cuando egresaron de la escuela. Uno litigaba, el otro ejercía la judicatura y el tercero oficiaba como catedrático. En silencio y con algo de vino en la cabeza cada quien miraba a los otros dos y sentía cierta lástima por ellos. El litigante pensaba para sí: “estos optaron por la quietud del despacho y de la biblioteca. No se agitan, no sudan y nunca han tenido que vérselas de cara con la ingrata realidad. ¡Qué ingenuos!”. Por su parte el juez cavilaba dentro suyo: “estos creen que las sentencias judiciales se dictan en función a sus alegaciones histriónicas o a sus alambicadas teorías extra-planetarias. ¡Qué cándidos!”. El académico desde su rincón de la mesa razonaba con elegancia: “estos se han embrutecido con la práctica. Están atrapados y son incapaces de abstraerse de la realidad concreta que tienen frente a las narices. ¡Qué inocentes!”. Al momento del brindis de rigor despabilaron los tres. Alzaron sus copas. Se desearon lo mejor. Hubo abrazos y palmoteadas en las espaldas. Juraron sin falta un próximo encuentro sin sospechar jamás que unos a otros se miraban como unos perfectos incompetentes.

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