Su memoria registra lo que sus
ojos observan. Se empeña por comprender, pero no siempre lo logra. Con el
tiempo ha ido recolectando dilemas que, apenas llega a su pensión, los deja macerando. A veces responde alguna interrogante. Y lo celebra
con alegría. Nunca ha podido salir de su país, mas es curioso y disfruta
leyendo un atlas o haciendo girar un globo terráqueo. Sólo habla su lengua
materna, pero es un as en la comunicación con los extranjeros. Llegó a la
capital sin expectativas ni educación formal. Le sobraron los vaticinios de fracasos
y tragedias. Optó por escuchar antes de responder y decidió tomarse en
serio el consejo de los viejos. Sí, también lo embaucaron y tuvo que volver a
empezar. Fue sólo una vez: aprendió la lección de inmediato. No tiene
recetas para el éxito e ignora si existen los caminos cortos. Su escuela ha
sido el conversar con otros, escuchar la radio y leer esos diarios que se
regalan en las estaciones del metro. Está flaco y canoso, pero sigue siendo un incansable
correcaminos, un sujeto anónimo interesante e inteligente. Hoy sonríe con el
timón de su barco en las manos y viste con dignidad su traje de capitán. Carraspea,
aclara su voz y lanza su grito de guerra: “¡maní tostado, confitado,
barquillos, cuchuflí!”
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
el sol detras de una nube
ResponderBorrarMaravilloso..
ResponderBorrarEscuchar....
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