“Tiene la palabra la decana de
la escuela de psicología hasta por veinte minutos”, afirma el rector, quien hoy
luce una chaqueta Hugo Boss y unas pantuflas de algodón y poliéster que imitan a
un par de zapatos de fútbol. “Gracias, señor rector. El punto que me urge
exponer es el alto número de casos de plagio que hemos descubierto al revisar las
tesis entregadas por nuestros estudiantes”, comienza de inmediato la decana, vistiendo
una blusa de fina tela italiana de un alegre color anaranjado y calzando unas
pantuflas amarillas que simulan a los tradicionales zuecos holandeses. “Muy amable,
decana. Es el turno ahora de la facultad de letras y filosofía”, anuncia el rector,
dándole la palabra a un elegante decano que lleva puesta una veraniega camisa
Van Heusen y en sus pies, unas pantuflas rojas con adornos de telas de araña
propias de la saga Spiderman. “Rector, el asunto que me compete exponer es de
la mayor gravedad: hemos recibido siete denuncias de acoso en contra de uno de
nuestros más destacados y antiguos académicos”. “Señor secretario”, ordena al
instante el rector con voz de justicia insobornable, “le ruego entonces tomar
nota de los detalles de tan desgraciada noticia”. “Así lo haré, señor rector”,
acota el obediente secretario del claustro vestido esta mañana de una liviana chaqueta
azul Trial Executive y calzado con un par de pantuflas que reproducen a mínima
escala la patas del terrible Godzilla, ese espantoso dinosaurio mutante que tanto
hizo sufrir primero al Japón y luego sembró el caos en el mundo entero. Y así
transcurre la reunión cuya tabla se compone de temas dramáticos y cruciales
para la suerte de la universidad. Pasadas dos horas y media de intenso debate dan
por terminada la sesión. Firman el acta de manera electrónica, apagan las pantallas,
se quitan sus prendas formales y todos siguen usando sus cómodos calzados en la
intimidad del hogar.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
Un cuento de apariencia subversivo para la época de Zoom, pero, la verdad, yo me habría presentado descalza.
ResponderBorrarTengo muchos amigos que participan en las audiencias y alegatos con short, bendita rebeldía!!!