El diccionario cayó al suelo. El niño se asustó del ruido
y su diminuta conciencia se llenó de culpa. Intuyó que ese golpe tenía algo de insolencia.
¡El templo de las palabras había sido profanado! Movido por la necesidad de disculparse
con el libro, el pequeño lo levanta con sus manos y lo abraza contra su pecho. Y
así como su madre aquieta con ternura sus dolores, él consuela su diccionario asegurándole
que todo va a estar bien (“tranquilo, ya pasó”). Para sellar la paz se muestra
interesado por conocerlo mejor. Lo abre al azar y posa su dedo índice en una
entrada cualquiera. La suerte fue para el verbo petar. Lo lee, lo piensa
y se ríe a solas. ¡Ha nacido un extremista del lenguaje! Premunido con su nuevo
vocablo ahora deambula por la casa buscando contra quien disparar su munición. “Tata,
a ti de veras sí que te petaba la abuela, ¿verdad?”. Y como el viejo lo mira
con cara de inquisidor, el pitufo festeja haber cazado su primera presa (“¡y fue
tan fácil!”). Abierto su apetito idiomático se solaza a sí mismo y decide ir
por otros incautos. “Papá, ¿todavía te peta mamá?”, lo interroga el chico. El
padre se hunde en una mezcla de vergüenza y perplejidad, pero el gozoso francotirador
lo abandona y va en busca de su madre. “Oye, mamita, ¿desde cuándo comenzó a
petarte mi papá?”. La mujer queda sin aire, sin voz ni colores en el rostro. El
enano escapa de prisa y al instante irrumpe sin orden judicial en la habitación
de su hermana mayor. “¿Seguirías queriendo a tu pololo si él ya no te petara como
antes?” La joven se ofende y se levanta para ajusticiar al mocoso grosero que
pretende inmiscuirse en su intimidad. A la hora de la once todos lo miran con
ojos de fuego. El chiquillo no deja de sonreír. Para romper el silencio
comienza a ponerle mantequilla a su marraqueta y exclama al aire, así como distraído:
“¿acaso no os peta saber que estamos juntos comenzando este 2024?”
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
Divertido y genial. Aunque no peta nada.
ResponderBorrarMe peta al punto de reír.
ResponderBorrarMe hiciste ir a la RAE, con lo que me carga esa pagina... Muy chistoso, me reí desde el principio, primero imaginando al pequeño Franz cobijando al diccionario, como él se cobija en sus definiciones. Y luego mientras los leía intentando dar con el concepto de la palabra "petar" por intuición. Pero, al final, como siempre me ha recomendado mi tutor, volvía a tu página favorita, para descubrir que mi intuición era acertada.
ResponderBorrarChistoso!! me dejó contenta...
Muy bueno Franz!
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