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Sisa

“¿Te molesta si te tuteo?”, le pregunta ella. “Sí, me molesta”, le contesta él, severo. La chica ha venido a sentarse frente a este señor sabiendo que ambos compartirán un viaje en tren. El trayecto recién comienza y serán varios los kilómetros hasta llegar a la estación terminal. La señorita vuelve al ataque. “¿Y a qué se dedica usted, caballero?”. “Soy penalista”, responde el hombre con tono académico. “Uy, ¡qué lindo! ¡Un penalista! ¡Y apuesto que los patea con tanta fuerza que ningún portero es capaz de atajar sus penales!” Ella nota que él ha quedado perplejo, pero no ceja en su propósito. “¿Quiere que juguemos a ‘la verdad’?”, lo interroga coqueta indicando con sus dedos en el aire que esa frase va entre comillas. “No, mejor olvídelo. Usted podría ser mi papá”, dice reflexiva, mirando a través de la ventana. “¿Sabe? Aquí hace mucho calor. Me quitaré algo de ropa. Por favor, agárreme la polera, no sea que se me vaya a levantar y se me vea todo”. Y como no tiene más opción el jurista obedece sumiso y coge la prenda con vergüenza. No se da ni cuenta cuando ella, todavía frente a él, se reacomoda el sostén dejando cada cosa en su lugar. “¿Le puedo decir un secreto? No sé por qué me inspira confianza. Lo siento como mi abuelo, ese que nunca conocí, pero ahora que lo veo, imagino que se le parecería si acaso fuera verdad que él alguna vez existió. Mire, se trata de esto…” Y así como así ella se sienta a su costado izquierdo, arrastra su pelo largo detrás de su oreja y acercándose al oído de su intrigado compañero empieza a susurrarle proposiciones que él no comprende. Después de un minuto de sentir la tibieza que expele su boca y de respirar el grato aliento a menta que produce el chicle que ella masca, el hombre baja la guardia y se dispone a disfrutar de lo mágico del momento. Van pasando los minutos y las estaciones y ella le ha cantado reguetón, le ha visto la suerte en las palmas de las manos, le ha aflojado el nudo de la corbata y le ha pedido a él que lea para ella algunas páginas de la novela que porta consigo en su maletín de cuero. Trato hecho. Él empieza la lectura, pero ella no le deja avanzar de un párrafo a otro sin primero preguntarle el significado de tres o cuatro palabras cada vez. Al mediodía, la chica se adormece, bosteza y apoya su cabeza sobre uno de los hombros del profesor. “Porfis, usted me despierta cuando lleguemos, ¿le parece?”. El profesor no puede creer lo que está viviendo, pero, en fin, así es la vida. “Ella es atractiva y yo en cambio… ¡Vamos! La Bella y la Bestia, ¡sí, eso es!, ¿por qué no?”, piensa él y al rato también se duerme, feliz, realizado. Cuando despierta, la chica ya no está. No hay rastros de ella. Al instante la Bestia descubre que Bella se ha llevado su chaqueta, su corbata, su novela y su maletín de cuero. Se siente un perfecto idiota. Repasa todos los tipos de robos que describe y castiga la ley penal: robo con fuerza en las cosas, robo con violencia, robo con intimidación y robo por sorpresa. Hace lo mismo con las categorías legales del hurto. ¿Cómo denominar la experiencia vivida? ¡Nada le sirve! Llega a su casa, redacta un proyecto de ley y lo envía a un par de amigos diputados: “De la urgente necesidad de penalizar la apropiación amorosa, la sustracción apasionada y la sisa con romance”.

Comentarios

  1. Oooohhh que pena como terminó jajjajajajaja. Me habría gustado un final más feliz, no romántico pero feliz... Me caía bien la chica.
    Pero, ni modo, habrá que legislar jajajajaja.

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  2. Muy gracioso e inesperado. La Pluma sin Gloria me eleva, me mueve, me baja y me sorprende con risa cuando menos la espero. Bravo!

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  3. Mi marido y yo nos hemos reído un montón! Genial Franz!

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