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Smartphone

Apenas bajó del colectivo que lo transportaba se percató de su olvido: había dejado su teléfono celular conectado a un enchufe de su cocina para recargar la batería. Lo lamentó de veras, pero se resignó. Intentó consolarse recordando las varias décadas de su vida que logró existir sin haber tocado la pantalla de uno de estos aparatos inteligentes. Mas su consuelo duró poco. Al minuto comenzó a sufrir los primeros síntomas de la abstinencia digital: se sentía incomunicado, desinformado, carente de entretención y sin la posibilidad de manipular su cuenta bancaria. ¡Esto sí que era serio y dramático! Sin embargo, y de nuevo, su espíritu espartano (ese que le hacía tomar duchas de agua fría por las mañanas) le aconsejaba mantener la calma y continuar viviendo la rutina del día. Así que llegó a su almacén, quitó los candados, alzó las rejas y se dispuso para atender al público. Los cincuenta minutos que transcurrieron hasta la llegada del primer cliente le parecieron una eternidad. ¿Cuántas llamadas perdidas se estarían acumulando? ¿Y qué hay de alguna emergencia o desgracia? ¿Y qué sería del avance del Covid en Europa, de los incendios en Australia o de esos peculiares operativos policiales allá en la India? ¡De seguro el mundo estaba cambiando a toda prisa y él, allí, dentro de su almacén, rodeado de abarrotes y confites, parecía un sujeto prehistórico encerrado en su caverna! A ese primer cliente le preguntó la hora, el pronóstico de la temperatura, las comunas en cuarentena y el valor del dólar. El comprador recibió su kilo de azúcar, pagó el precio, respondió el interrogatorio judicial y salió del local pensando que el vendedor era un hombre extraño. Luego de esta compra la soledad se hizo sentir otra vez en el almacén. Sin la música y los videos del YouTube ni los chats grupales del WhatsApp el día transcurría lento e insoportable. Cerca de las tres de la tarde llegó su nieto mayor en bicicleta. “¡Hola, tata! – le dijo con alegría el colorín pecoso al ingresar al emporio. “Vine a dejarte esto. Dice mi abuela que está apagado, pero ya tiene la batería recargada al cien por ciento. Ah, y que, por favor, recuerdes llevar un poco de mortadela y queso para tomar la once. ¡Chao, tata!”. Cuando el muchacho salió, su abuelo quedó a solas con el celular entre las manos. Lo encendió con la angustia del adicto. Los segundos que tardó el aparato en estar listo para funcionar le resultaron intolerables. Su orgullo quedó lesionado al verificar que nadie había preguntado por él. No al menos de forma seria: entre sus chats grupales había varios memes sobre el presidente y su ministro de salud; un mensaje de voz de un individuo anónimo vaticinando la nueva hecatombe que pende sobre la humanidad; y el video porno que todos los días, sin falta, le comparte su vecino y que él prefiere eliminar de inmediato.

Comentarios

  1. Aquí leyéndolo desde la pantalla de este
    odioso compañero inseparable..

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  2. Cuánta verdad!. En la cultura de lo inmediato y dependencia tecnológica, a veces olvidamos que estos aparatitos están para ayudarnos y no controlarnos.
    Muchas gracias por compartir.
    Saludos fraternos.
    BCC

    ResponderBorrar

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