Ir al contenido principal

Expulsiones

Señor Director de estos "Cuentos sin gloria", tengo claro que el suyo es un blog y no un periódico de noticias. Pero por si usted aún no se ha dado cuenta, mientras escribe con tanta fruición estos relatos breves (que vaya a saber uno si acaso alguien los está leyendo) el mundo está cambiando de prisa, comenzando por la experiencia de su propio país. De modo que, disculpe usted, Señor Director, deberé meterme en su blog y dejar estampada la presente denuncia (la misma que se lee más abajo). Es que su silencio acabó por ponerme los nervios de punta. Bueno, y si ahora lo agravio con mis palabras, al pie de página se hallan mis datos personales a fin de que dirija en mi contra las acciones legales que estime pertinentes. Es todo. Y adiós.

… 

Señor Director, pensando en la expulsión de personas venezolanas por parte del Estado de Chile en estos últimos días, creo que no se avanza mucho dividiendo en dos bandos las voces de quienes debaten: los buenistas versus los racistas. Se trata, ante todo, me parece, de ser conscientes de dos imperativos universales, uno moral y otro jurídico. La cuestión moral universal (proclamada por Moisés en el antiguo Israel, por Confucio en la China milenaria, por Jesús de Nazaret en su sermón del monte, por Kant en la modernidad y por John Rawls en la segunda mitad del siglo 20) es la necesidad de tratar al otro de la misma forma en la que uno esperaría ser tratado por aquel. Mientras que la cuestión jurídica, también universal, es que hoy urge recordar aquel viejo principio rector de las relaciones internacionales entre los Estados de la tierra, a saber: la reciprocidad. Relacionando ambas ideas se puede concluir que aquellas expulsiones masivas de personas extranjeras han sido un error tanto por faltar a la regla de oro del trato social, como también por dejar expuesto al Estado de Chile a que el día de mañana (y la vida da muchas vueltas) sean nuestros nacionales los que sufran en el extranjero la misma suerte corrida por los inmigrantes aquí en suelo chileno.

Franz Möller Morris

Abogado

Profesor, Escuela de Derecho, U. Silva Henríquez

Nota: carta publicada por el diario "La Tercera" el martes 16 de febrero de 2021, en: https://www.latercera.com/opinion/noticia/expulsion-de-venezolanos/HF3UIZLYPRDTXHUE75FSBRGBG4/

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Bilingüismo

Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son

Profana natividad

* “No lo niegues. Eres como yo. Se te nota”, afirmó Elizabeth. A Marianne, la joven haitiana recién llegada al equipo de limpieza, esas palabras la sorprendieron. “Ayer te vi haciéndolo”, continuó Elizabeth. “Tú ni cuenta te diste. Pensabas que estabas sola, que serías la última en retirarte. Encima dejaste la puerta semiabierta. Y yo justo pasé por allí. Entonces vi que la tenías en tus manos. Me quedé quieta, en silencio. Por la ternura de tus dedos al tocarla supe de inmediato que eso nacía de un corazón ardiente. Me gustó verte así. Me dije: ‘mañana le hablaré’. Más de alguna ocasión también lo hice por aquí mismo. Una vez lo intenté en un vagón del metro, pero alguien me advirtió que se veía como un acto de provocación. Entonces opté por el secreto. A solas. O en mi habitación o, a lo sumo, en los baños. Ayer te vi y te reconocí enseguida. Tú eres como yo”.   * Marianne dejó Puerto Príncipe hace pocos meses. Primero emigraron sus vecinas, luego sus primas y, por último, su

L (ele)

Se acostó como Álvaro. Y despertó como Avaro. Tratándose apenas de una sola letra, no le dio importancia. (¿Acaso no vivía en un país donde los nativos devoraban con impunidad ciertas letras? Había sido el caso de la ‘s’. Creció convencido que después del uno venía el do’ y a continuación el tre’. Total, así contaban papá y mamá y él aprendió los números en su casa). Pero con el paso de los días la ausencia de esa ‘l’ se hizo notar. Con ella se fue la liberalidad. Ya no quiso distribuir más sus bienes. Si no había recompensa por lo que daba, mejor que no contaran con él. Comenzó por ocultar su sonrisa, pues no había motivo para regalarla en la calle. Luego optó por escatimar el tiempo invertido con sus amigos (y, a corto andar, advirtió que su cantidad de compadres era un derroche que debía corregirse mediante la austeridad de los afectos). Acabó, por fin, reservando para sí lo que antes gastaba en su enamorada (miradas, caricias, besos y escucha). “¿Qué te pasa, cariño?”, le preguntó