Mardoqueo, un hombre cesante, enfermizo y soltero
contra su voluntad, entró a una librería. Compró con su último billete una
libreta de apuntes y unos lápices de tinta roja, verde y azul. Buscó luego un
lugar donde sentarse. Lo encontró. Allí respiró profundo y se sinceró. No había
desayunado y sintió algo de fatiga. Y mientras las palomas y los perros vagos
se le acercaban, escribió, según dicen quienes lo vieron por última vez, las
siguientes preguntas:
¿Qué se necesita para escribir poesía?
¿Basta sumergir en tinta el sentimiento que a uno
lo atormenta?
¿De veras está permitido jugar con el
lenguaje?
¿Importa mucho romper el orden lógico del tiempo y
el espacio?
¿Amerita ser llamado poeta quien jamás haya amado
sin ser despreciado?
¿Surge la poesía de forma honesta sólo cuando se ha
gustado la muerte?
¿Dónde recoge el poeta sus objetos de estudio? ¿En
la vida ordinaria que duele; en la imaginación sin carne; o en aquella realidad
transformada por ojos escritores?
¿Cuáles son las herramientas del poeta? ¿Las
ventanas abiertas? ¿Los oídos atentos? ¿Los dedos indiscretos? ¿La lengua
golosa? ¿Una nariz que distingue entre aromas y olores?
¿Y qué hay del método del poeta? ¿Improvisación
sujeta a caprichosas musas transeúntes? ¿Observación insobornable de la
realidad?
¿Puede ser poeta quien nunca ha escrito un poema,
pero que sí piensa –sin saberlo- de manera poética y siente –sin quererlo- como
si lo fuera?
¿Es dable convertir todo cuanto existe en un verso
de poeta: el pasado reciclado, el presente renegado y el futuro tan temido?
Si. Todo.
ResponderBorrarQue buenas preguntas...
ResponderBorrarBello
ResponderBorrarMás qué bello..guau
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