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Mnemotecnia

Mientras masca su chicle, Lara mira a Lira. Ambos llevan unos minutos dándole vueltas al asunto de la fuga. Pero, está claro, no podrán hacerlo sin la asistencia de Arellano y Orellana, esa dupla de guardianes sobornables con apenas unos pocos caramelos. Por desgracia para ellos, no cuentan hoy con los servicios inigualables de Caco, un maestro en la imitación de voces. El pobre Caco ha perdido la voz por una gripe feroz que lo tiene en cama. Está afónico. Tanto así que lo llaman el Cacofónico. Y sin él, Lara y Lira no soportan más el encierro y han tomado la firme decisión de emprender la retirada. No serán los primeros. Ya antes se fueron Salgado y Delgado e, incluso más temprano todavía, Gordillo y Delgadillo. ¿Y esos cómo lo hicieron? ¿Por qué escaparon sin contar los trucos? Y así se la llevan todo el rato: “Oye, Lira”, “Sí, Lara, dime”, “¿Cuándo nos largamos de aquí, Lira?”, “Pucha, Lara, no lo sé”, “Mala cosa, Lira”, “Sí, Lara, así no se puede”. Por su parte, Arellano y Orellana esperan pacientes en la puerta que los vengan a sobornar: son baratos, se conforman con poco, y hoy, en especial, con menos de lo normal. ¿Será que Lara y Lira cuentan con que Caco supere su afonía? ¿Pensarán que Salgado y Delgado los vendrán a rescatar? ¿Habrán puesto sus esperanzas en lo que Gordillo y Delgadillo puedan gestionar desde afuera? “Oye, Lira”, “¿Qué pasa, Lara?”, “¿Será que nos tendremos que aguantar aquí hasta el final, Lira?”, “Chuta, Lara, parece que así nomás será”. Y la campana sonó. Y todos regresaron del patio. Y los desdichados Lara y Lira se quedaron sin recreo. Y todo por su incapacidad poética: se les olvidó el último verso del poema que debían memorizar y entonces el maestro, don Justo Severo, los castigó. “Es que no rimaba con nada”, se quejan los bandidos.

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