La franja deportiva ha sido -¡por lejos!- la mejor idea dentro de esta cuarentena. Desde cuando la crearon me despierto cada mañana a las seis. Me pongo mi buzo (hoy ajustadísimo) y mis zapatillas de trote. Y entonces salgo de mi habitación y camino hasta el comedor. Enciendo el computador y busco en YouTube videos clásicos: Chile en el mundial de ‘62, la final de la Libertadores del ‘91, el Chino Ríos siendo Top One, Massú y González en las olimpiadas de Atenas y las dos veces consecutivas cuando Chile venció a Argentina en la Copa América. Y allí me quedo sentado hasta las nueve: es una delicia tomar desayuno contemplando feliz la gloria del triunfo. ¡Han sido jornadas inmejorables para ejercitar la memoria y cultivar el recuerdo!
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
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