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Ángeles

Coincidieron en una biblioteca. Se reconocieron en seguida. Hermosas, inteligentes y con posturas irreconciliables entre sí: eran hijas de distintas tradiciones. Tomsin era naturalista, Johanne positivista y Alfonsina, realista. La primera recitaba extensos párrafos de la Suma Teológica de Aquino y definía la ley como una ordenación de la conducta humana encaminada al bien común. La segunda, lectora compulsiva de Kelsen, dibujaba pirámides invertidas en las paredes interiores de los baños de la facultad y confrontaba a cualquier celestino que pretendiera enamorar al derecho con la moral. La tercera, soñaba por las noches que recorría los pasillos de la Uppsala University conversando de tú a tú con Lundstedt, Olivecrona y Ross. Las tres ranqueaban en los primeros lugares de su generación. Los académicos las escuchaban con admiración cuando intervenían en las clases, y quedaban alelados cuando leían sus ensayos, siempre cortos e incendiarios. “Son simplemente brillantes”, llegó a decir de ellas el decano en el claustro de profesores. Compartían el tiempo de almuerzo en el casino. Mientras hacían la fila esperando retirar sus bandejas se las oía debatir sobre la (in)existencia de Dios, la (necesaria) secularización del sistema jurídico y la relación (im)posible entre la judicatura nacional y los cambios sociales. Eran tenaces a la hora de argumentar, porfiadas si de callar se trataba y espartanas en la lectura de los autores fundamentales. De madrugada hacían arder sus redes sociales con preguntas éticas y políticas que ponían en tensión los pilares de la democracia. En el último año de la carrera las tres le echaron el ojo a Ronaldo, el aprendiz del viejo profesor de filosofía. Lo esperaban a la salida de clases tanto para acosarlo con interrogantes sin respuesta como para disfrutarlo con sus miradas. Un día, casi al final del semestre, el profesor de la cátedra notó que su ayudante no llegó a impartir una lección sobre Kant como lo habían acordado la tarde anterior y tampoco estaban presente sus tres mejores lumbreras. El maestro nunca supo que aquellas divas del derecho se pusieron de acuerdo para secuestrar a su joven ayudante, forzarlo a abordar un automóvil con la vista vendada y trasladarlo hasta una cabaña ubicada a la salida de Santiago. Allí, le devolvieron su libertad con la instrucción que se pusiera una sunga y se sumergiera junto con ellas en un jacuzzi saturado de espuma. Y así, con los cuatro metidos dentro de una bañera, y sin más que un par de botellas de champaña y algunas bolsas de pasas, almendras y pistachos, se quedaron hasta el amanecer discutiendo con pasión si la teoría de la justicia de John Rawls serviría en Chile para orientar el proceso constituyente que pronto habría de comenzar.

Comentarios

  1. Muy buen cuento sin gloria! Los filósofos del derecho enamorados De filosofía.

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  2. Será que la venda de la sra justicia nos llama a experimentar más eledonismo filosófico? Que la fatalidad de lo real y rebuscado de nuestras experiencia sensorial.

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  3. Imposible el velo de la ignoracia, somos presa de nuestros prejuicios. De ellos concluimos cual es el mundo ideal para la ciudadanía... nuestra propia experiencia nos dice q es lo mejor o peor. Y como no tenemos la maquina para olvidad, ni estamos dispuestos a la lobotomía personal, somos millones de personas con distinta visión de un mundo mejor...
    Bueeeeeen relato!!!

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  4. "El maestro nunca supo que aquellas divas del derecho se pusieron de acuerdo para secuestrar a su joven ayudante, forzarlo a abordar un automóvil con la vista vendada y trasladarlo hasta una cabaña ubicada a la salida de Santiago. Allí, le devolvieron su libertad con la instrucción que se pusiera una sunga y se sumergiera junto con ellas en un jacuzzi saturado de espuma. "
    JAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJA

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