Hace meses sólo piensa en alcanzar su pretensión. Vive para obtener ese cargo de elección popular, el mismo que también anhelan varias decenas de competidores. Ha jugado limpio: redactó programas con ideas, fue tacaño en promesas y participó en innumerables reuniones. En la calle lo insultaron, un fanático lo escupió por la espalda y tres veces le robaron los carteles que instaló en algunas esquinas de su circunscripción. Le duele ver su rostro amplificado en fotografías ahora rayadas con dibujos indecentes: ojos en tinta, dientes de menos, cachos de diablo y uno que otro falo inverecundo. Está algo cansado, aturdido. Con cabeza fría examina sus finanzas y ve cómo crecen sus deudas. Pero con porfía se sacude el polvo de los zapatos y sigue adelante. Avizora el triunfo y siente el placer de la victoria. Despierta en las noches y recorre en silencio la casa. Sus niños duermen y sueñan con mundos sin lobos rapaces ni besos traicioneros. El vértigo del poder lo marea y el fantasma del fracaso lo acosa sin respeto. Ayer su esposa se veía hermosa, ligera de ropa y supo moverse con el descuido necesario para que él fijara sus ojos en sus pechos. Pero su hombre, aún en campaña, fue incapaz de comprender el sentido del instante. Ella se cansó de esperarlo y lo cambió por una novela. “Falta poco”, se repite a sí mismo. Y así se anima sabiendo que en cuestión de horas comenzarán las votaciones.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
El poder es un perfume para mi incomprensible pero que nubla la vista y permite la muerte.
ResponderBorrarMe gustó cómo siempre, Franz, eres muy agudo en tu análisis de los políticos y su entorno político...
ResponderBorrarBien escrito. Se ve la situación. Y me gustó la inserción sutil de las finanzas y el cansancio de ella... Creo que esos factores luego se amplifican hasta determinar todo, así que la introducción tangencial es pertinente, mientras , aquí, el foco está en la sensación que embarga al candidato.
ResponderBorrarUn abrazo.
Katina