Nunca fue amigo de la verdad. De niño supo explotar la ignorancia de los demás. Un día se ofreció de voluntario por una semana para nutrir de noticias al curso. Tuvo entonces a sus compañeros de lunes a viernes mirando esos reportes ficticios que colgaba con tanta gracia en el diario mural. Les informaba sobre sucesos jamás ocurridos en países del África o en islas de Oceanía que sólo existían en su imaginación. “Tendrá que ser cierto”, pensaba su profesora, “total, está muy bien escrito”. Y la maestra con entusiasmo estampó una anotación positiva en el libro de vida académica de su enigmático estudiante. Ya luego en la universidad se especializó en datos fraudulentos, en particular en aquellas áreas donde había que ser ratón de biblioteca para refutarlo, cuestión que nadie supo ni pudo hacer. Colmó sus ensayos, monografías y tesinas con cientos de notas a pie de página y extensas bibliografías de autores y libros cuya existencia era, por lo menos, imposible de verificar. Siempre zafó: sus evidencias invisibles no cabían dentro del concepto de plagio. Y así se graduó con honores. Con un currículum saturado de logros tan convincentes como indemostrables obtuvo un puesto en uno de los periódicos de mayor circulación nacional. Allí redactó el horóscopo, hizo crítica de libros y de cine, y acabó fungiendo como cronista culinario. Dejó la prensa para ofrecer sus servicios en la generación de datos no falsables y fue contratado de inmediato por un par de carteras de Estado urgidas por levantar el alma alicaída de una nación golpeada por la pandemia. Su fama fue tal que el día cuando decidió retirarse de su rol de funcionario público clandestino no tuvo más que cruzar la vereda y llegó a trabajar con algunos gremios empeñados en torpedear al gobierno. Pero nada lo ha hecho más feliz que ejercer sus habilidades en la creación de universos alternativos que la redacción de programas de candidaturas. Entre sus clientes se hallan jóvenes idealistas y viejos zorros que cubren desde la izquierda extraparlamentaria hasta la derecha más dura. Es bueno en lo suyo: sus candidatos marcan alto en las encuestas, sea que aspiren a llegar a una alcaldía, un concejo municipal, una gobernación o a una silla en la asamblea constituyente.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
Fernando Savater, en uno de sus libros habla del la posibilidad que un estudiante de doctorado hiciera su tesis sobre un filosofo pre socratico ficticio.
ResponderBorrarEl estudiante podría escribir la obra de este desconocido pensador pre socratico, inventarse su biografía, sus tesis principales y de ahí escribir su tesis doctoral a partir del análisis y crítica de un filosofo pre socratico que nunca existió.
El personaje del cuento me parece que hace mención a alguien que maneja con excelencia la pluma... Y su habilidad la explota al alquilarle a pluma a quien la necesite y desee pagar por ella.
Saludos.
Diantre. Usted me hace pensar. Si lo afirma Savater, la cosa va en serio. Le agradezco que se haya tomado el tiempo de reaccionar a este cuento. Aprecio sus palabras.
BorrarWow!!! Me gustó el relato y me sorprendió el giro!!!. Además me pareció tan cierto lo de vestir de árbol de pascua, como dice la Isabel Allende, a los candidatos sin tener nada que sustente tanta maravilla, aunque esa verdad venga de la ficción sin pretensión de realidad. No sabía lo de Savater. Muchas gracias Franz por compartir tus letras.
ResponderBorrarKatina