Esta tarde no llueve en Moscú, pero él sabe que en cualquier
momento esas nubes negras cumplirán su amenaza. Si fuera el caso, ni modo, a
refugiarse bajo alguna techumbre. Son las reglas del juego: así ha sido, es y
será el verano moscovita. Mas, mientras brille el sol, él cumplirá con
elegancia su encargo. Viste para la ocasión un terno azul marino, calza zapatos
negros y lleva un par de lentes oscuros que impiden ver el color de sus ojos
claros. Es alto, rubio y delgado. Y su juventud explica la destreza al manejar su
teléfono móvil sin dejar de caminar. Pero es leal a su misión y no se permitirá
ser distraído por las redes sociales. Afronta su compromiso con honor y no le
fallará a quienes confiaron en él para esta tarea. Se le encuentra justo al
lado de la estación del metro Sebastopólzkaya. Su espacio son los pocos pasos
que separan la pastelería de las escaleras que descienden al tren subterráneo. Y
él, en ese mínimo radio de acción, como modelo sobre pasarela, despliega lo mejor
de sí: sigue a los transeúntes que entran y salen del metro, quizás uno de
ellos extienda la mano para recibir el folleto que pretende entregarles. Es un
alegre conversador en cuestión de segundos, al punto que más de una chica ha
sido incapaz de rechazarlo y, sonrisa de por medio, acabaron aceptando la propaganda.
“Las mejores tortas, pasteles y panqueques”, reza el folleto y él lo refuerza a
viva voz. “Visite nuestra tienda, ‘Dulce Zorrito’, y disfrute trozos de 100 gramos
de la trilogía de tortas: ‘Napoleón’ (65 rublos), ‘Sueño de infancia’ (88
rublos) y ‘Verdadera miel’ (87 rublos)”. Algunos al pasar frente a él lo dejan
hablando solo. Una abuela que renguea al caminar recibe el folleto sin que se
sepa si lo hace por agrado o porque ya no pudo dar un paso más y quedaron cara a cara por casualidad. Pero él no afloja. Cumplirá su encomienda hasta acabar con
la última publicidad. Ha empeñado su palabra.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son ...
Me gustó esta apuesta. Donde está?
ResponderBorrar... en un hotel cercano a "Dulce Zorrito"...
Borrar‘Sueño de infancia’ (88 rubros)" yo quiero ese!!!
ResponderBorrarComo le das belleza a los detalles más cotidianos? Veo que fuiste con ojos de niño a turistear...