A simple vista pareciera no ser rusa. En Moscú su pelo
negro llama la atención entre los cientos de cabezas rubias que la rodean.
Permanece de punto fijo vendiendo ramos de flores a los pies del ministerio de
Relaciones Exteriores. Sus flores son iris de color morado. Las ofrece a los
automovilistas que se hallan detenidos en esa esquina esperando el verde del
semáforo para seguir corriendo por la ciudad. Lo frágil de esas plantas contrasta con los
172 metros del imponente edificio que, casi llegando a la cima, luce el escudo
de la Unión Soviética: una hoz, un martillo, un globo terráqueo y muchas espigas
de trigo. Allá, por lo alto, gloria y majestad. Aquí, por lo bajo, ella sonríe
a ver si alguien se percata de su existencia y de sus iris moradas. No se
cansa. Resiste la indiferencia. Rublos suman rublos y así sobrevive. Stalin
levantó esos siete rascacielos en los años cincuenta del siglo pasado, mejor
conocidos como las Siete Hermanas. ¿Le importa a ella algo de eso? ¿Los ha visitado?
¿Se ha cautivado por el lujo interior? Quizás nada de ese asunto vaya con ella:
lo suyo es vender esos ramos antes que se marchiten con el calor veraniego de
junio. En sus manos esas iris moradas son profecías mudas en medio del frenesí mundial: sus pétalos advierten que el
poder pasa como las flores del campo.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son ...
A pesar de las flores no le resta lo siniestro pero lo hace amable de leer.
ResponderBorrarVuelvo a los cuentos después de un tiempo de ausencia.. Refrescan.. Gracias
ResponderBorrarLas flores y el esplendor del poder muertos, cortados de la raíz.. ¿y ella?
ResponderBorrar¡Me encantó!
ResponderBorrarRetomo la lectura de tus párrafos Franz. Un gran trabajo!
ResponderBorrarImaginé un cuadro de colores muy vivos con tu relato. A pesar de lo triste, muy bonito.
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