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A simple vista pareciera no ser rusa. En Moscú su pelo negro llama la atención entre los cientos de cabezas rubias que la rodean. Permanece de punto fijo vendiendo ramos de flores a los pies del ministerio de Relaciones Exteriores. Sus flores son iris de color morado. Las ofrece a los automovilistas que se hallan detenidos en esa esquina esperando el verde del semáforo para seguir corriendo por la ciudad. Lo frágil de esas plantas contrasta con los 172 metros del imponente edificio que, casi llegando a la cima, luce el escudo de la Unión Soviética: una hoz, un martillo, un globo terráqueo y muchas espigas de trigo. Allá, por lo alto, gloria y majestad. Aquí, por lo bajo, ella sonríe a ver si alguien se percata de su existencia y de sus iris moradas. No se cansa. Resiste la indiferencia. Rublos suman rublos y así sobrevive. Stalin levantó esos siete rascacielos en los años cincuenta del siglo pasado, mejor conocidos como las Siete Hermanas. ¿Le importa a ella algo de eso? ¿Los ha visitado? ¿Se ha cautivado por el lujo interior? Quizás nada de ese asunto vaya con ella: lo suyo es vender esos ramos antes que se marchiten con el calor veraniego de junio. En sus manos esas iris moradas son profecías mudas en medio del frenesí mundial: sus pétalos advierten que el poder pasa como las flores del campo.

Comentarios

  1. A pesar de las flores no le resta lo siniestro pero lo hace amable de leer.

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  2. Vuelvo a los cuentos después de un tiempo de ausencia.. Refrescan.. Gracias

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  3. Las flores y el esplendor del poder muertos, cortados de la raíz.. ¿y ella?

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  4. Retomo la lectura de tus párrafos Franz. Un gran trabajo!

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  5. Imaginé un cuadro de colores muy vivos con tu relato. A pesar de lo triste, muy bonito.

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