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Covid

"¿Es usted el escritor?", me pregunta, seco. "El aprendiz", le respondo y cuando lo veo molestarse debo pedirle que por favor no se vaya. "Dígame, ¿dónde y cuándo se le ocurrió contagiarse? ¿Acaso se creía el único ser inmune del planeta?", empieza dándome duro. "Mire, en verdad no sé qué contestarle", voy de vuelta. "¿Es usted ignorante o pajarón? No se me haga el ruso", me interroga como un policía. "Las dos cosas, pero aún así esta vez sí le digo la verdad". "Vamos -insiste él-, a este paso no terminaremos nunca. Y debo irme en cinco minutos. Apúrese. A ver, dígame, ¿qué pasó luego que le diagnosticaron lo que todo el mundo le había advertido que podía pasarle?". Silencio por tres segundos (al cuarto el individuo se para y se marcha). "Me hospitalizaron", afirmo. "Pero, ¿cómo? Sé que usted está fuera de su país, en una tierra donde es un perfecto analfabeto. ¿Qué hace, por ejemplo, para comunicarse con las enfermeras?", él. "Les pongo una cara bonita y uso el traductor de mi celular", yo. "Lo primero no se lo creo. Es imposible. Lo segundo, sí. Sé que funciona", mi interlocutor no me da tregua. Y luego acota: "¿Qué hay de su habitación y sus compañeros de cuarto? ¿Cómo se comunica con ellos?", mi verdugo. "Somos cinco hombres adultos en una habitación amplia, limpia y ventilada. Con ellos dialogo como Tarzán lo hacía con la mona Chita y también me apoyo en el celular", contesto. "¿Y las comidas?", él. "Recuerdo las salteñas de la Bolivia de mi infancia y las sopaipillas que vendía una señora sin patente sanitaria frente a la escuela de derecho en Santiago de Chile", yo. "No sea ridículo, pues. Le pregunté por las comidas en el hospital", él. "Ah, sí, cómo no. Ayer hubo kartofel, pan blanco y kefír para beber", le digo. "Ya, esto se puso aburrido. Me voy. Sólo una pregunta final, ¿algún mensaje a los cuatro gatos que leen su blog?", pregunta mi inquisidor. "Sí, que lean los poemas de César Vallejo que escribió cuando estaba en el hospital, es especial ese verso en el que el peruano se pregunta porqué el paciente de la cama de enfrente no mejora si acaba de besarlo su mujer. Y segundo, que, por la gracia de Dios, saldré de aquí. Tengo una esposa a quien amar, dos hijas que criar, un gato al que molestar y un libro que lanzar". "Suficiente, puede regresar a su sala. Veré si acaso con esto logro editar algo. No le prometo nada. Adiós", y así se va mi desconocido entrevistador. No sé de dónde apareció. De seguro, un ángel no era. Tampoco portaba una guadaña. 

Comentarios

  1. “¡Que se mejore!” Decía el argentino en el festival de Viña.
    Le mando un abrazo desde el no tan frío Santiago querido Franz!
    - Orando para que su estadía en el hospital y sus pronta recuperación sean para su gran Gloria!
    Abrazo! Nico Ojeda.

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  2. A resistir erguido frente, a volverse de hierro para endurecer la piel y aunque los sueños se te rompan en pedazos, a resistir!!!

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  3. Interesante conversación, que rico ser parte de tus reflexiones.

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  4. Te esperamos de este lado del charco con las salteñas y las sopaipillas

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  5. Ah y me faltó firmar:

    Atentamente;

    Unodelosgatosquetelee

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