Mi suegra me invitó a jugar ajedrez. Ella no habla una
palabra de mi lengua natal y yo de su idioma, dos o tres frases. En los tiempos
de sobremesa, cuando sólo quedamos los dos, permanecemos en silencio.
A veces cruzamos algunas sonrisas, pero lo habitual es que entre nosotros
circule el viento. Para esta partida ella encontró un tablero de madera. Me
explica -traducción de por medio- que fue de su padre. Que de joven él ganó un
torneo y lo recibió como premio. Mmm… eso me intimida: es como si me advirtiera
que por sus venas corre la misma sangre de ese campeón. Hacemos el sorteo de
los colores de las piezas. Gana ella y comienza. Persigue a mis peones, ataca
mis caballos, secuestra mis alfiles y derrumba mis torres. Mi esperanza se
evapora igual que todo bajo el sol estival de Volgogrado. Miro sus manos. Son
dos álbumes de fotografías: en las arrugas de sus dedos se registran su viudez,
el hijo que perdió y los años que cuidó a su madre hasta el día de su muerte. “¿Y
tú qué sabes de la vida, pililo?”, “¿qué vio mi hija en ti para irse tan lejos?”, “vamos, ¡demuéstralo!”. Me dispara sus preguntas en
cada mirada de esos ojos celestes. Me defiendo. Muevo mis piezas en
el campo de batalla. Ella es diestra: hace enroques, escapa del peligro y me ataca
apenas tiene oportunidad de hacerlo. ¡Pero comete un error! No se da cuenta: descuida
a su reina e ignora que me está regalando su cabeza. Voy por la dama soberana.
Me la trago. ¡Uy! Pienso que eso le dolió. ¿Que si le dolió? El pueblo ruso vive
y sobrevive entre sufrimientos y heridas vendadas. ¡Que lo confirme Chejov!
¡Que lo desmientan Tolstoi y Dostoievski! Y seguimos jugando. Ingenuo he de
ser, ¿en qué momento imaginé que tenía chance de ganar? ¡Esta es la tierra
donde Napoleón y Hitler se estrellaron de cara contra el suelo! Y ella se
encarga de refrescarme la memoria. De repente, recuerdo a mi profesor de
castellano cuando en la básica nos hizo leer “Lautaro, joven libertador de
Arauco”. Me envalentono e inspiro. Renuevo el ánimo y voy al ataque. Y así
pasan los minutos entre dos que son distintos. Los bordes del tablero exhiben
una serie de cadáveres por aquí y por allá. ¿El resultado final? Aún se espera que los observadores internacionales acaben de redactar sus reportes.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son ...
Muy buena partida. Lo wue es la sabiduría.
ResponderBorrarQué hermosa ilustración de uno de mis juegos favoritos.
ResponderBorrarQuedaré atenta a las noticias internacionales para saber quien gano la partida! … Michy
ResponderBorrarLas manos reflejan todo... Hermoso
ResponderBorrarQue buena partida nos describes. Pienso que te dejas ganar. Ella es muy importante para ti.
ResponderBorrarUn agrado tus cuentos aprendemos, nos reímos y reflexionamos.
Gracias
Maravilloso..
ResponderBorrarEste cuento tiene cosas maravillosas. Lo de las manos "Miro sus manos. Son dos álbumes de fotografías: en las arrugas de sus dedos se registran su viudez, el hijo que perdió y los años que cuidó a su madre hasta el día de su muerte". Está imagen es bella y cautiva en una primera instancia. Pero queda como una estela amarga... Si relees, como yo, ya no se entiende mucho y el encanto de me evapora. Me gustó, creo que es muy acertada la locación y en virtud de ella una muy linda metáfora de la vida con un juego de ajedrez entre ellos dos, y si bien creo que tiene harto potencial y puede ser un gran cuento, estimo que le falta trabajo de claridad. Quizá algunos consideren que no es necesario, que tanto la ambigüedad como el no remate son recursos literarios válidos, y obvio que lo son, a mí en general no me gustan y en particular tampoco. Creo que el relato mejoraría mucho si se le aporta claridad total y un cierre más definitivo. Si te animas, puedes hacer además una versión con mis propuestas a ver cómo te gusta más.
ResponderBorrarSimple, emotivo y épico.
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