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Peralta (3)

“¡Ha vuelto a atacar!”, se quejó el comisario delante de Peralta. “Estuve toda la mañana” -continuó- “con los padres de la niña. Lloraron mucho más de lo que aportaron. Pero dijeron lo esencial. No hay dudas, ha sido él: hombre gordo, pelada franciscana y manos tatuadas con piel de serpiente”. Apenas el comisario terminó de hablar, autorizó que Rodríguez ingresara a su oficina. Ella venía trayendo dos vasos de café en sus manos. “Adelante, Rodríguez. Tome asiento. Y no tenía por qué molestarse con ese café para mí”, bromeó su jefe consciente que el destinatario era Peralta. Hoy era su primer día de regreso en sus funciones luego de meses de licencia médica. “¿Y cómo es que siguen cayendo nuevas víctimas?”, dijo el detective sin pretender que nadie le contestara. “Es un embaucador profesional”, acotó Rodríguez con firmeza. Peralta la observó con admiración y gratitud mientras ella le entregaba el vaso de café. Y de inmediato, la inspectora sentenció: “jefe, vengo a informarle que nuestro imputado acaba de ser detectado por una testigo. Estaría desde ayer arrendando una cabaña en Quintero. Se le vio acompañado de una adolescente a quien haría pasar como su hija”. Peralta saltó de su silla. Había llegado el momento de actuar. El comisario ordenó que Rodríguez y el recién regresado policía se condujeran de acuerdo con la estrategia que desde hacía algunas semanas estaba diseñada para esta hora. “Daré instrucciones al resto de la brigada; pediré refuerzos a los colegas de la zona; y le avisaré ahora mismo al fiscal que ustedes dos van en helicóptero desde Santiago hacia el sitio del suceso”. En breve las cosas estaban ocurriendo tal como se habían acordado. Ya en vuelo y poco antes de aterrizar en el recinto institucional, Peralta contempló desde las alturas las aguas marinas del Pacífico. Esa inmensidad lo sumergía en algunas preguntas que arrastraba de niño. “Peralta, ¡despabila!”, exclamó su compañera Rodríguez rompiendo el idilio del inspector. “Mira: allá nos esperan los colegas con un carro listo para partir”. Cuando llegaron al lugar apuntado por la testigo del caso, supieron de inmediato que habían acertado. Sí, la presa que buscaban tenía que estar allí adentro. Afuera se hallaba estacionada su motocicleta y, aun a cierta distancia, se escuchaba ese reguetón que algunas víctimas habían descrito como parte de los rituales de abuso. Con sigilo el grupo de detectives rodeó el inmueble. De pronto, un perro de la casa vecina comenzó a ladrar. Al instante la música cesó. Los policías se ocultaron aún mejor, pero advirtieron a través de una ventana cómo una sombra descorría la persiana y miraba hacia afuera. “Nos descubrió”, se lamentó Rodríguez en voz baja. Peralta la oyó y le hizo señas indicándole que iban a ingresar. Lo hicieron. Pese a la luz del día que había en el exterior, por dentro reinaban los tonos oscuros producto del cierre hermético de las cortinas. Se oyeron con claridad unas pisadas que iban hacia la cocina. Rodríguez y dos compañeras lograron llegar hasta la habitación principal. Allí, sobre la cama, yacía una chica adormecida y semidesnuda. Peralta, en tanto, perseguía las pisadas de ese alguien que pretendía desentenderse de los hechos. Una vez afuera, en el patio, reconoció de espaldas al hombre que unos meses atrás le disparó a matar. Le ordenó que se detuviera antes de fugarse saltando la cerca vecina. El perro seguía ladrando y ahogó las advertencias de Peralta. El imputado iba armado y, una vez en el predio contiguo, abrió el fuego. Sus balas eran pocas, pero certeras. Peralta sintió que esto ya lo había vivido. Junto a tres inspectores logró cruzar la cerca que lo separaba del agresor. Éste, sabiéndose rodeado, decidió dejar el misterio sin resolver. Le quedaba un último cartucho y lo apuntó a su último enemigo, ese de quien había escapado por años. Apretó el gatillo. Peralta, todavía incrédulo, redactó el parte policial: suicidio. 

Comentarios

  1. Me pareció un relato bien armado y un remate interesante, pero de algún modo todo se me hizo mucho más literario y como de muy antaño en vez de real y actual. Creo que es parte por la prosa, el tipo de palabras y la escena recreada, y en parte por el tema ( delincuentes y redadas políciacas) que me es absolutamente ajeno y poco atractivo.

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