Jürgen está perplejo. Siente que su trabajo ha sido despreciado por la empresa que contrató sus servicios. “En todo caso, no es la primera vez que me sucede”, dice él con modestia. “Suele ocurrir: entre las declaraciones y las acciones, hay distancias siderales”, reflexiona, levantándose los lentes de la punta de su nariz. Su consultora (“Haber Más”) ganó la licitación para asesorar a una entidad bancaria en la búsqueda de una persona capaz de administrar una nueva filial. “Se comunicaron conmigo -explica- atraídos por mis publicaciones sobre democracia e integración. ¿Y sabe lo que yo hice?”, interroga con retórica. Luego, se peina sus canas con las manos y tras unos segundos de silencio, responde sin estridencia: “Escogí con pinzas tres candidatos para verificar la calidad ética y política de aquella empresa”. Y asegura que esos tres eran igualmente competentes para el cargo. Sus diferencias eran, ante todo, sus cualidades personales. Nancy, la única mujer del grupo, se las ingenia a solas desde hace siete años para equilibrar la crianza de sus niñas y la redacción de los informes bilingües exigidos por la gerencia. Sebastián Alejandro, el único extranjero de los tres, es un sobreviviente del Departamento de Migraciones que aprendió a moverse entre las incertidumbres y demoras propias de cada renovación de su visa. Y Jeremías, el único creyente entre sus pares, suele llegar a la oficina con una Biblia dentro del maletín y, antes de comenzar la jornada laboral, se encierra en su despacho para orarle a su Dios, cuestión que ahora es un secreto a voces. “¿Y sabe lo que pasó? Que uno por uno, el directorio me los fue rechazando”, precisa Jürgen. “Me invitaron un viernes por la noche a una cena muy elegante y, en la confianza de las copas, me felicitaron por haber formado un triunvirato del terror. Que ella, por ser mujer, sería avasallada por la competencia voraz del mercado. Que el otro, por ser migrante, ignoraba la idiosincrasia local y los vericuetos de la industria nacional. Y que ese último, por ser religioso, tendría la cabeza llena de fanatismo y superstición”. Así, al día siguiente del banquete, el concurso fue declarado desierto. “Y, usted, Jürgen, ¿cómo se levanta de ésta?”, se le consulta. Mientras se reacomoda el nudo de su corbata, contesta con voz suave: “Seguiré publicando. Los honorarios fueron suculentos. Esta experiencia servirá como antecedente de respaldo para mi próximo libro. Y, ¿lo notó?, éste será financiado con dineros venidos de una empresa que tiene el tamaño y la fuerza de los dinosaurios… y correrá la misma suerte que ellos”.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
Weno, weno, buena crítica social, esa es una buena forma de burlarse del sistema que se mofa de nosotr@s... 👏👏 por Jürguen. Además hay muchas, pero muuuuuuuchas mas formas de discriminación laboral, que bakan que toques estos temas.
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