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Concursos

Rodolfo despertó pleno. Su sueño había sido agradable. Se halló de pronto frente a la comisión evaluadora de su curso de derecho penal. Dos profesores invitados acompañaban a la maestra titular de la cátedra. Él metió la mano a la tómbola y sorteó la papeleta número ocho. Sentía que la suerte estaba a su favor. Leyó en voz alta: “Tema: los concursos. Pregunta: discurra sobre las diferencias entre un concurso real y otro aparente”. Sin más, comenzó su exposición. “El concurso aparente -afirmó el estudiante- es como aquellas rifas truchas que yo salía a vender a la calle cuando era chico. Nunca hubo premios y jamás se realizó el sorteo, pero igual mis vecinos caían y me compraban todos los números”. “¡Brillante, Rodolfo!”, exclamó extasiada la penalista. “Siga, por favor”, acotó ella. “Y bueno -volvió el aprendiz-, el concurso real es uno de esos que se hacen en la televisión, cuando hasta el notario tiene que estar presente y las bases fueron publicadas en internet”. La comisión se puso de pie para aplaudirlo. Además de calificarlo con nota máxima, lo convidaron al casino. Allá pidieron sánguches, papas fritas y gaseosas. “Profesora, -seguía Rodolfo inspirado- si yo le pido al chef un pan con vienesa, palta, tomate y mayonesa, estoy generando un concurso real: todo se suma de forma material. En cambio, si voy y le pido a secas un completo, pues entonces ese sería un concurso ideal, uno de esos que lo incluyen y suponen todo”. Los profesores asistentes no cabían de gozo y asombro ante esta mente brillante de la dogmática penal. La maestra, sin esperar siquiera que Rodolfo se quitara la palta y la mayonesa de los labios, lo agarró fuerte por la cabeza y lo besó directo en la boca. “¡Te amo!”, dijo ella. “¿Y usted me ama más o menos que al derecho penal?”, inquirió su discípulo. “Eso lo sabrás cuando despiertes, Rodolfo mío”, susurró, guiñándole un ojo y haciéndose cada vez más y más vaporosa…

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