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Trilce (= tri + lce)

Ocurrió alguna vez en un Santiago de Chile sin Google ni redes sociales. “¿Y a qué viene esa cara de angustia, Pedrito?”, preguntó el abuelo. “Ay, tata, es que el profesor de literatura nos mandó una tarea de investigación”, respondió el colorín pecoso de su nieto. “¡Investigación, tata! ¿Puedes creerlo? Ni que fuéramos detectives”. El viejo tuvo que contenerse la risa. Y fingiéndose serio le consultó al atormentado estudiante en qué consistía la dichosa investigación. “Tenemos que explicar por qué César Vallejo llamó “Trilce” a su poemario. “Vaya -dijo el abuelo-, la cosa tiene su gravedad”. “¿Viste, tata? ¡Te lo dije! ¿Cómo pretende el profesor que descubramos la verdad de este misterio?”, seguía quejándose el nieto. Pero el anciano no se amilanó. Estaba dispuesto a demostrarle al chiquillo que ese era un problema que sí tenía solución. Comenzó pidiéndole que leyera en voz alta sus apuntes de clases y las páginas del libro de texto. ¡Nada! Los datos eran mínimos. Sólo asomaban unos pocos indicios: Vallejo, además de poeta, había sido un maestro de escuela, un perseguido político, un prisionero, un correcaminos, un enfermo que supo de hospitalizaciones y, sobre todo, uno que vio a la muerte hacer de las suyas con quienes más amaba. “¿Tata?”, lo interrogó el mocoso, “¿no tendrás algún amigo tuyo que sepa de estas cosas?”. “Mmm… no lo sé”, suspiró el veterano. Enseguida cayó en cuenta que su lista de amistades se había reducido de forma importante durante los últimos años: unos fallecieron, otros emigraron y a varios se los había tragado la tierra sin dejar rastro. En eso, recordó que uno de los vecinos del barrio tenía una enciclopedia, “una bien grande, de varios tomos elegantes”. “Vamos”, se dijeron los dos. Al instante, nieto y abuelo, se encaminaron, llegaron, tocaron el timbre y fueron invitados a pasar. El vecino, además de ofrecerles agua, les facilitó el tomo que contenía las voces que empezaban con V. “A ver, Pedro, lea en voz alta”, ordenó el abuelo. Así lo hizo el chico. Leyó con la ilusión y la inocencia de dar con la respuesta precisa. ¡Nada! Al despedirse con gratitud del dueño de la enciclopedia, lo oyeron afirmar que éste valoraba no solo que lo hubieran forzado a desempolvar la biblioteca, sino que también le dejaran conocer a un poeta con una vida tan triste y dulce a la vez. De regreso a casa, el niño atinó a pensar que el almacén de la esquina era atendido por un matrimonio peruano. “¿Me acompañas, tata? Quizás ellos sepan algo más de su propio poeta”. Los dueños del almacén escucharon al niño con simpatía y sí, los dos recordaban uno que otro verso suelto de Vallejo, “de los tiempos del colegio, eso sí, ¡y han pasado tantos años!”, comentó ella sonriendo. Conversar con esos peruanos fue bueno para el colorín: se dio cuenta de que esa poesía todavía resistía en la memoria de los almaceneros. “Escribía muy triste”, dijo el hombre detrás del mostrador del local, “eso lo recuerdo bien: lo suyo era doloroso, desgarrador”. “Pero mira, niño, para que tanta tristeza no te amargue tu día, mejor llévate este dulce”, dijo la mujer obsequiándole una oblea bañada en chocolate. Sentado de nuevo en la mesa del comedor de su casa, el pecoso se puso a sacar conclusiones: “el libro de clases, la enciclopedia del vecino y los recuerdos de los señores del almacén, coinciden en que Vallejo escribía como llorando”. “Sí, pero sé justo también: leíste que él se enamoró, que tuvo amigos, que vivió en París, que visitó la Unión Soviética y, sobre todo, que se sentía llamado a imaginar cosas nuevas y crear palabras que solo existían en su cabeza”, replicó el abuelo. Ambos guardaron silencio. “Trilce, Trilce, Trilce”, repetía mecánico el nieto mientras de fondo sonaba el tictac del reloj colgado en la pared. “Triste y dulce a la vez”, recordó el viejo, citando al vecino dueño de la enciclopedia. “¡Ahí está, abuelo!”, gritó el chiquillo. “¡Lo has dicho! ¡Eres un genio!”, y corrió a darle un abrazo. “¡Lo descubrimos, tata! Trilce es como dos en uno: lo triste y lo dulce”. "Sí, Pedro mío, así es, como la vida misma", rio el anciano, con los ojos rojos de emoción. 

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