Acuamán y Supermán se detestaban
cada día más. El uno no entendía lo que el otro quería decir. Y viceversa. El
hombre del agua criticaba a su colega porque éste se daba ínfulas de altura y
elevación y al final sus ideas eran pedestres. Por su parte, el hombre de los
aires le achacaba a su par que éste osaba sumergirse en las profundidades del
pensamiento y terminaba emergiendo en lugares comunes. La enemistad entre ambos
era tóxica y expansiva al punto que Gatúbela lo advirtió. Ella les dijo que les
urgía contratar los servicios de un trujamán. Ni uno ni otro comprendieron el
consejo de la mujer felina, pero prefirieron callar para no quedar de ignorantes.
Apenas ella les dejó, ambos superhéroes fueron a consultar el diccionario de la
lengua (¡bendita sea la Real Academia Española!). Contentos y motivados publicaron
un aviso en sus redes sociales: “Se busca trujamán”. Llegaron una centena de candidatos.
Los entrevistaron a todos y se quedaron con el más viejo. Era un humano calvo,
con pocos dientes y una inflada barriga. Para revestirlo de gloria, Acuamán le
cedió un traje elasticado -verde de pies a cabeza-, y Supermán le obsequió una
de esas capas rojas que solía usar para llegar a las nubes. Para darle el toque
final, optaron por sobreponerle un calzoncillo amarillo, aprovechando que lo
conocieron en las vísperas de la fiesta de año nuevo. Desde entonces ese trujamán
pasó a ser Trujamán (ese tránsito de una minúscula a la mayúscula se lo
quisiera cualquiera). Ha sido el más ignoto de todos los grandes del Olimpo,
pero su función ha sido vital: sin él, Supermán no comprendería los mensajes de
Acuamán. Y viceversa. Trujamán nunca ha puesto su cuerpo para que sobre él pase
un tren de pasajeros allí donde falta un puente. Tampoco ha descendido a los océanos
para dominar a las bestias que insisten gobernar la tierra desde abajo. Nada de
pompa y cero boato. El oficio de Trujamán es discreto: acercar a esos dos que
antes no se entendían.
Nota del editor: trujamán = https://dle.rae.es/trujam%C3%A1n?m=form
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