Instaló
su barbería en Santiago centro apenas recibió su visa temporaria. Sí, es uno
más de los tantos dominicanos que ofrecen el mismo servicio. Aprendió observando,
equivocándose y atreviéndose. Pero con el pasar de los días él fue destacando
entre sus pares. Su habilidad radica no sólo en sus manos ni tampoco en ser un
buen conversador. Su secreto es la capacidad de formular la pregunta precisa
para cada cliente. En eso es insuperable: un verdadero francotirador. Y hecha
la consulta, se dispone a escuchar. En respuesta casi siempre recibe un relato.
Aun los más callados acaban abriendo la boca al ser emplazados por este barbero
tan profundo y bien pensante. Así, entre cortes de cabellos, barbas y bigotes,
ha ido recopilando miradas sobre la peste en el mundo; la debilidad de la
democracia; el miedo al mañana; la feminidad y el feminismo; las redes sociales
y la adicción a la información; en fin, Dios, la muerte y los muertos. ¿Qué
hace con todo lo que le entregan? Este barbero juega en serio: cuando por las
noches piensa en los hijos que dejó allá en Dominicana, le quita la tapa a su
lápiz pasta azul y comienza a escribir en una libreta de apuntes. Son muchas
las páginas donde garabatea frases textuales, ensaya nuevas preguntas e improvisa
pensamientos para problemas sin y con solución. No juzga lo que oye ni condena
a los herejes. Su método es sencillo: intuir, preguntar y escuchar. Los meses
de la pandemia lo envalentonaron y decidió prestar su oficio a domicilio. Lo
han llamado de departamentos pobres y casas con amplio jardín. No le hace asco
a la carencia y no se achica ante el lujo. Ha ido con sus preguntas a diestra y
siniestra. El tino de sus palabras y el tono de su voz, derriban fortalezas. Y
sus clientes, además del pelo, acaban entregándole parte de sus vidas. Algunos
se sinceran con él porque saben que nunca más lo verán. Otros lo hacen porque
ya lo conocen del corte anterior y saben que están hablando con un sujeto capaz
de mantener cerrada la boca. Su curiosidad es ilimitada: quiere entender cómo
funciona el universo. Para eso recoge datos y observa hechos. Sus clientes operan
como informantes y su barbería, como un laboratorio existencial. Luego lleva los
testimonios oídos y documentos leídos al molinillo de su cabeza y ahí los tritura
hasta extraer una gota de verdad. Hoy ha puesto fin a su tercera libreta de
apuntes escrita de tapa a tapa desde cuando ingresó a Chile. Mañana irá por otra nueva.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
Buena Shakespeare0
ResponderBorrarQué le contaste tú Franz???
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