Y llegó
el día cuando las máquinas tomaron el control del planeta. Entonces el ser
humano se volvió algo innecesario, primero, y peligroso después. Los entes
surgidos gracias a la tecnología vanguardista y controlados por los métodos de
la nanotecnología fueron capaces de generar orden. Tamaña reducción del caos y
la incertidumbre se estimó como inmensa ganancia. Cuidar el nuevo estado de
cosas pasaba por deshacerse del principal enemigo: la raza humana, un conjunto
de seres con fecha de caducidad, inteligencia finita y saturados de caprichos,
prejuicios y traumas no superados. La robótica ofrecía mejores garantías para
el cultivo de la tierra y la preservación animal. Así comenzó a nivel mundial el
derrumbe de los palacios de gobierno, las sedes parlamentarias, los tribunales
de justicia, los colegios y universidades, los templos, mezquitas y sinagogas.
En los 54 países del continente africano se instalaron sendas pistas de
despegue. Los vuelos se programaron cada 15 minutos con una capacidad de
expulsar fuera de la atmósfera a 100 millones de humanos por día. No hubo cómo ni
dónde esconderse: ni las selvas amazónicas, ni las arenas del desierto ni los
hielos polares sirvieron como escondites para quienes se negaban a emigrar. Las
máquinas salieron para vencer. Y lo lograron: detectaban la presencia humana fuera
donde fuera con un margen de error igual a cero. Y por eso ahora estoy en esta
fila. Mi esposa me toma la mano en silencio. Nuestra hija menor juega con su peluche.
Y a corta distancia oigo a mi adolescente preguntar: “mamá, ¿dónde estaremos
mañana?”
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
Muy conmovedor el relato Franz. Todo puede ocurrir , el ser humano parece estar descalificado.
ResponderBorrarGracioso final
ResponderBorrarLa inverosimilidad se mezcla con la realidad, causando un resultado que me causa una puntada en el corazón y levantar una ceja a la vez.
ResponderBorrarTremendo
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