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Kuzaschka

Lo bautizaron así un par de niñas rusas. Eso sí, el felino nació aquí en Chile (y supongo que en Santiago). Con frecuencia toca explicar que su nombre significa ‘mordedor´. Es un animal fiero, nada apacible. Decenas de veces ha robado la comida de sobre la mesa (sin respetar la elegancia del mantel ni esperar que las visitas disfruten primero de los bocados). En más de una oportunidad ha clavado sus dientes y garras en las piernas y brazos de las chicas de la casa. Y, lo admito con celos, me desagrada la confianza e intimidad que logra con mi mujer al momento de la siesta. Gracias a él comprendí la locución latina mens rea. Basta contemplarlo en acción para advertir la intención y la conciencia que lo mueven a perpetrar sus conductas ilícitas. El día cuando fui a representarle que no iba a tolerar más su flagrante infracción a las reglas del hogar, replicó que mi concepto de derecho le parecía de un reduccionismo grosero. “¿Y se puede saber por qué?”, objeté. “¿Pues dónde dejas los principios? ¡No puedes vivir ignorando que Dworkin descifró el caso ‘Riggs versus Palmer’ hace ya varios años!”, fue su respuesta. Razón tenía el animal, pero no me dejaría vencer. “Mira, has sido tú quien primero rompió la regla de oro: has tratado al otro de una forma que tú…”, no alcancé a terminar el punto cuando él bostezó asegurándome que conocía la teoría de la justicia de Rawls, el imperativo categórico kantiano y el sermón de la montaña predicado por Jesús. “Y mejor cambiemos el tema. ¿Qué te parece la integración del nuevo gabinete ministerial?”, retrucó. Su acierto y energía me hicieron sentir como un ratón de cola pelada. Comencé por darme unos rodeos sobre lo complejo del momento actual, insinué algo sobre los desafíos que se vendrán a partir de marzo y acabé afirmando que las nuevas cabezas de las carteras estatales formaban una amalgama perfecta entre experiencia y juventud. “Arjona, ¿verdad?”, dijo él, lamiéndose una pata y limpiándose el bigote. Quedé al descubierto. “Debo irme. La audiencia está por comenzar”, fue lo único que atiné a señalar para zafar. “Sí, vete ya. Sería el colmo llegar atrasado a una sesión de Zoom. Y recuérdale al magistrado que las sentencias kafkianas hacen más grande el conflicto”, fueron sus últimos maullidos, antes de ingresar a su baño de arena. Entré a mi habitación y me senté frente al computador. Mientras me hallaba en la sala de espera aproveché de anudarme la corbata mirando mi reflejo en la opaca pantalla. Lo reconozco: las preguntas del peludo digitígrado están llegando cada vez más cerca del centro neurálgico de mis convicciones. 

Comentarios

  1. Me parecía que era un refrito del primer cuento que hiciste del gato, pero no. Como buen felino, te humilla, tanto en lo que dominas como en lo popular: pillado citando a Arjona, jaja.

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  2. Clarito está que se lleva mejor con Nadia, ¡que contigo Franz!

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