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Bulos

* “Dicen que dijo y que muchos lo oyeron”, se asegura en el informe de media página. Como respaldos se adjuntan algunas impresiones captadas de la mensajería de WhatsApp (“se supone que ese sería su número”), un video tomado por alguien con su móvil (“mírelo, ahí se lo ve sumergido entre la multitud: ese que está de espaldas se parece mucho a él”) y un par de fotografías subidas al Instagram desde una cuenta que -por razones de seguridad- opera de forma anónima. “¿Hay algo más en su contra?”, pregunta el jefe esa mañana a su mejor informante antes de zanjar la suerte de su empleado. “Sí, señor”, le responde el portero del edificio. “La abuelita del kiosco escuchó unos días atrás hablar a dos clientes suyos que decían haber visto a un hombre parecido al Soto diciendo eso mismo”. Sin más, el gerente se convence. “Sí, tiene que haber sido Soto”. Acto seguido firma su desvinculación.

 

** “¡Señoría, buenas noches! ¡Y disculpe la hora, por favor!”, dice sobresaltada la fiscal desde su celular institucional. “Pido su autorización verbal para ingresar ahora mismo al domicilio del imputado que le comenté esta mañana. ¿Los antecedentes que manejo, dice? Ah, sí, claro: responde al perfil habitual para estos casos. Un rato atrás lo interceptamos en la plazoleta donde, según me cuenta un testigo protegido, lo vieron sentarse justo bajo el único farol que no alumbra. Vestía todo de negro y en su mochila portaba una antología de poesía con versos de Neruda, Hernández, Brecht, Dalton y Vallejo y, además, al fondo y bien escondido, la copia callejera de un manual de teología de la liberación. Al momento de su detención se escudó en el silencio. El funcionario aprehensor dejó consignado en el parte que al quitárseles sus audífonos inalámbricos se alcanzaron a oír los últimos acordes del unicornio azul que ayer se le perdió al cubano ese. ¿Cómo dice, Señoría? ¿Tatuajes? Ah, sí, varios: el más sospechoso es el de una corona de espinas con tres clavos romanos. ¿Que proceda nomás? Es que tiene que ser él, ¿verdad que sí? ¡Gracias, magistrado!”

 

*** “Aquí abajo yacen los restos de una cultura crucial para entender nuestro tiempo”, comenta el guía frente al grupo internacional de jóvenes investigadores. Al instante cada uno de ellos recibe en sus dispositivos electrónicos la traducción del comentario. Escuchan con atención, abren los ojos y registran los detalles en sus memorias digitales. “Profesor, antes de terminar, sólo una pregunta”, dice una chica morena venida de alguna parte de América del Sur. “¿Podría ahondar, por favor, en la crisis que sepultó a estas potencias?” El guía ordena sus ideas. Luego de un largo mutismo, y mirándola directo a los ojos, le contesta: “El comienzo de sus dolores tuvo que ver con una naturaleza embravecida: terremotos, pestes y estrellas cayendo del cielo. A eso hay que sumarle levantamientos e insurrecciones de nación contra nación. Por momentos la humanidad parecía haber aprendido a vivir entre guerras y rumores de guerra. Pero luego agudizaron las persecuciones: el objetivo fue someter la conciencia del otro o pulverizarlo. Proliferó la industria de las profecías falsas junto a una multitud de “Yo soy”, se dictaron sentencias torticeras, la prensa dejó de verificar los hechos y el engaño se impuso como un velo sobre la academia. Así llegó el día cuando el sol y la luna dejaron de brillar. Por eso estas ruinas parecen hoy gritar desde lo profundo ‘¡Manténganse vigilantes!’ ”

 

 

 

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