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Benjamín (niños, último capítulo).

             “¡Superman!”, gritó Pedro. “¡Bati-chica!”, exclamó Denisse con más fuerza. “No, por favor, ustedes sí que no saben nada: ¡Batman, Batman y mil veces Batman!”, exigía Marcelo alzando los brazos. “Ninguno de ellos tiene estilo: Aquaman, sí. ¡Aquaman y sólo Aquaman!”, pretendía imponerse Fernanda por sobre sus compañeros de curso.

En eso, y justo cuando se produjo un insólito silencio, Benjamín tomó la palabra y venciendo su timidez habitual se atrevió a decir: “Quiero presentarles a un héroe que ustedes no conocen. No hay ningún cómic sobre sus aventuras. Y como los estudios Marvel todavía no saben de su existencia, no lo han llevado al cine en una de esas películas repletas de efectos especiales”.

Cuando afirmó esto último, los compañeros de Benjamín lo quedaron mirando directo a los ojos y formaron un círculo a su alrededor. Él tragó saliva, pero lo dicho ya estaba dicho. Los había provocado.

“Y ese héroe tuyo, sin fama ni gloria, ¿acaso puede volar?”, le preguntó Pedro, desafiante. “¿O puede ver con sus ojos en las noches más obscuras?”, siguió Denisse con más sutileza. “¿O derribar con la fuerza de sus puños al oponente más feroz?”, interrogó Marcelo haciendo como que daba golpes al aire. Y para remachar el bombardeo, Fernanda acotó: “¿Tiene el poder de controlar a las bestias marinas?”

¡Chanfle! Benjamín sintió la desventaja de tener al público en su contra. Pero dado su amor al fútbol y a que varias veces le había tocado ir a jugar de visita a las canchas de otros colegios, ya sabía bien lo que era levantarse en medio de las rechiflas y los abucheos. Así que carraspeó un poco y con astucia y simpatía se animó a decirles: “miren, antes de revelarles la identidad de mi superhéroe, mejor les iré dando algunas pistas para ver si logran dar con él. ¿Qué me dicen?”

Los chicos notaron que Benjamín no se daría por vencido, así que todos a coro le respondieron que sí, que les diera nomás esas pistas, pues total, de seguro, al final descubrirían que su adorado personaje era apenas un mal chiste.

“Bueno, aquí voy. Primera pista: él se atreve a ir a un lugar donde se hallan agrupados algunos de los sujetos que más daño han hecho a otros por su maldad y violencia”, empezó Benjamín.

Esperó que alguien dijera algo, pero sólo hubo silencio, caras de intriga y algunos profundos “mmm” rumeados por Pedro y Fernanda.

“Lo descubrieron, ¿verdad? ¿Que no todavía? Bueno, sigo entonces. Segunda pista: su poder no radica en sus puños ni en el traje que usa, sino sólo en su palabra”, prosiguió Benjamín disfrutando de la atención dispensada por los cuatro chiquillos.

“Vamos, está fácil, r-e-f-á-c-i-l. Díganme que ya saben de quién les estoy hablando. ¿Que no todavía? Bueno, aquí les va la tercera y última pista: algunos de esos terribles criminales que le salen al encuentro logran ser cambiados en personas mansas y buenas cuando oyen el mensaje que él les entrega”, terminó Benjamín con voz de misterio, disponiéndose a escuchar las ocurrencias de sus compinches.

Nadie decía nada.

“Pedro, ¿caíste? O tú, Denisse, ¿ya lo descifraste? Marcelo, estoy seguro de que tú sí lo tienes en la punta de la lengua. Y tú, Fernanda, no me decepciones: tú sí que lo sabes, ¿verdad?”, les preguntaba Benjamín, algo burlón, gozando de su momento.

De nuevo: ninguno habría la boca.

“Bueno, chicos, en realidad la cosa es sencilla: esa liga de la justicia de la que ustedes tanto hablan -Superman, Bati-chica, Batman y Aquaman- no estaría completa sin la presencia de mi tío Rodolfo”, precisó el muchacho.

“¿Qué dices? ¿Que tu tío Rodolfo es qué? Oye, Benja, ponte serio. Estamos hablando de héroes verdaderos. ¿Y quién es ese tío Rodolfo tuyo? Y, además, ¿se puede saber qué hace el caballero para que le respetes tanto?”, le reclamaban a una todos sus compañeros.

“Calma, paz mundial, cuidemos los delfines y felicidad para todos”, señaló Benjamín, quien solía hacer del humor su tabla de salvación en momentos incómodos. “Lo que pasa es que mi tío Rodolfo ¿es un?… ¡vamos, a ver!… ¿es un?… ¡vamos, pues!… ¿es un?”, y no pudo seguir con su juego de palabras porque los cuatro estaban listos para virarse y dejarlo hablando a solas, así que por fin Benjamín la soltó de una: “mi tío Rodolfo es un ¡capellán!”.

Los cuatro amigos se quedaron quietos, se miraron entre sí y regresaron donde estaba el sobrino del tan extraño y poco famoso tío Rodolfo.

“Benjamín, a ver, explícanos todo, ¿qué diantre es un capellán y porqué sería alguien especial?”, le pidió Fernanda, esa fiel amiga suya que, en situaciones de conflicto dentro del grupo, sabía cómo reconciliar los ánimos de todos.

“Bueno, lo repito y lo explico: mi tío Rodolfo es un capellán. Y lo es porque cada semana él visita a los presos que están en las cárceles, sabiendo que algunos de ellos están condenados a muchos años de prisión por las cosas malas que hicieron”, fue la primera aclaración seria de Benjamín. Miró a sus amigos y luego siguió: “Mi tío los busca, les pregunta si se animan a conversar un poco y, a esos que le responden que sí, él los oye con atención y siempre, para todos, tiene una palabra de amor y respeto que compartirles”.

“Mmm. Interesante. ¿Y qué más puede hacer el señor?”, requirió Denisse con el tono de una jueza de esos programas de televisión donde se buscan nuevos talentos. 

“Él me cuenta que algunos de los hombres más malos de la ciudad le han tomado tanta confianza que incluso le han confesado porqué hicieron lo que hicieron”, y apenas Benjamín dijo esto, Pedro lo interrumpió de golpe: “¿Y acaso no le da miedo?” Luego vino Denisse: “¿y nunca lo han atacado?” Y después Marcelo aprovechó su turno: “¿y cómo es eso que la sola palabra del tío Rodolfo transforma la vida de los más violentos?”

Benjamín, ahora más pausado y menos payaso que antes, trató de hacerse cargo de cada pregunta. Respondió que su tío sí le había reconocido que en más de una oportunidad había sentido miedo al enfrentarse a hombres que en tamaño, músculos y fuerzas eran superiores a él. Así como también hubo más de alguno que quiso levantarle la mano para echarlo a golpes de la celda, si no fuera porque gracias a su agilidad y a la protección de los guardias logró salir ileso. “Pero la mayoría de ellos, según me cuenta mi tío -explicaba Benjamín- lo reciben de buena gana y lo escuchan con respeto. Y eso de la palabra que transforma vidas no tiene nada que ver con las cosas que a él mismo se le ocurren dentro de su cabeza, sino que más bien son enseñanzas que él saca de un libro llamado Biblia”.

Al llegar a este punto, otra vez los chiquillos quedaron perplejos.

“A ver, Benjamín, ¿cómo es eso?”, le ayudó de nuevo su incondicional amiga Fernanda, la misma que siempre lo salvaba cuando lo veía hundirse ante los demás.

“Es que mi tío me ha dicho que él les habla a los presos sobre el amor de Dios y que les cuenta algunas de las historias que inventó Jesús, como esa del hijo loco que se fue del hogar para echarlo todo a perder hasta cuando un día decidió regresar a la casa de su papá. Algunos presos le han dicho que se sienten igualitos a ese hijo que anduvo perdido, pero que, al final, fue perdonado por el amor de ese papá que aún lo seguía esperando en casa”.

“¿Y qué pasa con ellos, Benjamín?”, lo cortó Pedro en seco. “Quiero decir, ¿qué pasa con esos hombres que se arrepienten, pero que por las maldades que cometieron deben seguir encerrados en la cárcel?”, acotó.

“Sí, Pedro, tienes razón”, retomó Benjamín. “Mi tío me ha contado de varios hombres que están así: arrepentidos de lo que hicieron, pero obligados todavía a seguir cumpliendo sus condenas. Ellos transforman sus vidas poco a poco para que algún día puedan volver a ser libres”.

A la salida de clases, Marcelo y Fernanda se acercaron a Benjamín.

“Oye, ¿sabes qué? Estábamos pensando que, aunque nos cueste todavía entender el trabajo que hace tu tío cuando visita a los presos, en algo tú sí tienes razón”, dijeron ellos. “A ver, ¿a qué se refieren?”, les preguntó Benjamín. “En que la palabra capellán rima bien con Supermán y Aquamán”, señaló Pedro esforzándose por pronunciar los nombres de los superhéroes de manera que sonaran en armonía con lo que hacía ese tal tío Rodolfo.

Benjamín echó a reír y Fernanda, su leal defensora, no pudo evitar la sonrisa que solían sacarle las chifladuras de sus compañeros de curso.  

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