En eso, y justo cuando
se produjo un insólito silencio, Benjamín tomó la palabra y venciendo su
timidez habitual se atrevió a decir: “Quiero presentarles a un héroe que
ustedes no conocen. No hay ningún cómic sobre sus aventuras. Y como los
estudios Marvel todavía no saben de su existencia, no lo han llevado al cine en
una de esas películas repletas de efectos especiales”.
Cuando afirmó esto
último, los compañeros de Benjamín lo quedaron mirando directo a los ojos y
formaron un círculo a su alrededor. Él tragó saliva, pero lo dicho ya estaba
dicho. Los había provocado.
“Y ese héroe tuyo, sin
fama ni gloria, ¿acaso puede volar?”, le preguntó Pedro, desafiante. “¿O puede
ver con sus ojos en las noches más obscuras?”, siguió Denisse con más sutileza.
“¿O derribar con la fuerza de sus puños al oponente más feroz?”, interrogó
Marcelo haciendo como que daba golpes al aire. Y para remachar el bombardeo,
Fernanda acotó: “¿Tiene el poder de controlar a las bestias marinas?”
¡Chanfle! Benjamín sintió
la desventaja de tener al público en su contra. Pero dado su amor al fútbol y a
que varias veces le había tocado ir a jugar de visita a las canchas de otros
colegios, ya sabía bien lo que era levantarse en medio de las rechiflas y los
abucheos. Así que carraspeó un poco y con astucia y simpatía se animó a
decirles: “miren, antes de revelarles la identidad de mi superhéroe, mejor les
iré dando algunas pistas para ver si logran dar con él. ¿Qué me dicen?”
Los chicos notaron que
Benjamín no se daría por vencido, así que todos a coro le respondieron que sí,
que les diera nomás esas pistas, pues total, de seguro, al final descubrirían
que su adorado personaje era apenas un mal chiste.
“Bueno, aquí voy.
Primera pista: él se atreve a ir a un lugar donde se hallan agrupados algunos
de los sujetos que más daño han hecho a otros por su maldad y violencia”,
empezó Benjamín.
Esperó que alguien
dijera algo, pero sólo hubo silencio, caras de intriga y algunos profundos
“mmm” rumeados por Pedro y Fernanda.
“Lo descubrieron,
¿verdad? ¿Que no todavía? Bueno, sigo entonces. Segunda pista: su poder no radica
en sus puños ni en el traje que usa, sino sólo en su palabra”, prosiguió Benjamín
disfrutando de la atención dispensada por los cuatro chiquillos.
“Vamos, está fácil, r-e-f-á-c-i-l.
Díganme que ya saben de quién les estoy hablando. ¿Que no todavía? Bueno, aquí
les va la tercera y última pista: algunos de esos terribles criminales que le
salen al encuentro logran ser cambiados en personas mansas y buenas cuando oyen
el mensaje que él les entrega”, terminó Benjamín con voz de misterio,
disponiéndose a escuchar las ocurrencias de sus compinches.
Nadie decía nada.
“Pedro, ¿caíste? O tú,
Denisse, ¿ya lo descifraste? Marcelo, estoy seguro de que tú sí lo tienes en la
punta de la lengua. Y tú, Fernanda, no me decepciones: tú sí que lo sabes,
¿verdad?”, les preguntaba Benjamín, algo burlón, gozando de su momento.
De nuevo: ninguno
habría la boca.
“Bueno, chicos, en
realidad la cosa es sencilla: esa liga de la justicia de la que ustedes tanto
hablan -Superman, Bati-chica, Batman y Aquaman- no estaría completa sin la
presencia de mi tío Rodolfo”, precisó el muchacho.
“¿Qué dices? ¿Que tu
tío Rodolfo es qué? Oye, Benja, ponte serio. Estamos hablando de héroes
verdaderos. ¿Y quién es ese tío Rodolfo tuyo? Y, además, ¿se puede saber qué
hace el caballero para que le respetes tanto?”, le reclamaban a una todos sus
compañeros.
“Calma, paz mundial, cuidemos
los delfines y felicidad para todos”, señaló Benjamín, quien solía hacer del
humor su tabla de salvación en momentos incómodos. “Lo que pasa es que mi tío
Rodolfo ¿es un?… ¡vamos, a ver!… ¿es un?… ¡vamos, pues!… ¿es un?”, y no pudo
seguir con su juego de palabras porque los cuatro estaban listos para virarse y
dejarlo hablando a solas, así que por fin Benjamín la soltó de una: “mi tío
Rodolfo es un ¡capellán!”.
Los cuatro amigos se
quedaron quietos, se miraron entre sí y regresaron donde estaba el sobrino del
tan extraño y poco famoso tío Rodolfo.
“Benjamín, a ver,
explícanos todo, ¿qué diantre es un capellán y porqué sería alguien especial?”,
le pidió Fernanda, esa fiel amiga suya que, en situaciones de conflicto dentro
del grupo, sabía cómo reconciliar los ánimos de todos.
“Bueno, lo repito y lo
explico: mi tío Rodolfo es un capellán. Y lo es porque cada semana él visita a
los presos que están en las cárceles, sabiendo que algunos de ellos están condenados
a muchos años de prisión por las cosas malas que hicieron”, fue la primera
aclaración seria de Benjamín. Miró a sus amigos y luego siguió: “Mi tío los
busca, les pregunta si se animan a conversar un poco y, a esos que le responden
que sí, él los oye con atención y siempre, para todos, tiene una palabra de
amor y respeto que compartirles”.
“Mmm. Interesante. ¿Y
qué más puede hacer el señor?”, requirió Denisse con el tono de una jueza de
esos programas de televisión donde se buscan nuevos talentos.
“Él me cuenta que
algunos de los hombres más malos de la ciudad le han tomado tanta confianza que
incluso le han confesado porqué hicieron lo que hicieron”, y apenas Benjamín
dijo esto, Pedro lo interrumpió de golpe: “¿Y acaso no le da miedo?” Luego vino
Denisse: “¿y nunca lo han atacado?” Y después Marcelo aprovechó su turno: “¿y
cómo es eso que la sola palabra del tío Rodolfo transforma la vida de los más
violentos?”
Benjamín, ahora más
pausado y menos payaso que antes, trató de hacerse cargo de cada pregunta.
Respondió que su tío sí le había reconocido que en más de una oportunidad había
sentido miedo al enfrentarse a hombres que en tamaño, músculos y fuerzas eran
superiores a él. Así como también hubo más de alguno que quiso levantarle la
mano para echarlo a golpes de la celda, si no fuera porque gracias a su
agilidad y a la protección de los guardias logró salir ileso. “Pero la mayoría
de ellos, según me cuenta mi tío -explicaba Benjamín- lo reciben de buena gana
y lo escuchan con respeto. Y eso de la palabra que transforma vidas no tiene nada
que ver con las cosas que a él mismo se le ocurren dentro de su cabeza, sino
que más bien son enseñanzas que él saca de un libro llamado Biblia”.
Al llegar a este punto,
otra vez los chiquillos quedaron perplejos.
“A ver, Benjamín,
¿cómo es eso?”, le ayudó de nuevo su incondicional amiga Fernanda, la misma que
siempre lo salvaba cuando lo veía hundirse ante los demás.
“Es que mi tío me ha
dicho que él les habla a los presos sobre el amor de Dios y que les cuenta
algunas de las historias que inventó Jesús, como esa del hijo loco que se fue del
hogar para echarlo todo a perder hasta cuando un día decidió regresar a la casa
de su papá. Algunos presos le han dicho que se sienten igualitos a ese hijo que
anduvo perdido, pero que, al final, fue perdonado por el amor de ese papá que
aún lo seguía esperando en casa”.
“¿Y qué pasa con
ellos, Benjamín?”, lo cortó Pedro en seco. “Quiero decir, ¿qué pasa con esos
hombres que se arrepienten, pero que por las maldades que cometieron deben
seguir encerrados en la cárcel?”, acotó.
“Sí, Pedro, tienes
razón”, retomó Benjamín. “Mi tío me ha contado de varios hombres que están así:
arrepentidos de lo que hicieron, pero obligados todavía a seguir cumpliendo sus
condenas. Ellos transforman sus vidas poco a poco para que algún día puedan
volver a ser libres”.
A la salida de clases,
Marcelo y Fernanda se acercaron a Benjamín.
“Oye, ¿sabes qué?
Estábamos pensando que, aunque nos cueste todavía entender el trabajo que hace
tu tío cuando visita a los presos, en algo tú sí tienes razón”, dijeron ellos.
“A ver, ¿a qué se refieren?”, les preguntó Benjamín. “En que la palabra capellán
rima bien con Supermán y Aquamán”, señaló Pedro esforzándose por
pronunciar los nombres de los superhéroes de manera que sonaran en armonía con
lo que hacía ese tal tío Rodolfo.
Benjamín echó a reír y
Fernanda, su leal defensora, no pudo evitar la sonrisa que solían sacarle las chifladuras
de sus compañeros de curso.
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