Soy un lagarto. ¿Mi nombre? No tiene importancia. Aquí el protagonista es otro. Nací en estas arenas -ardientes por el sol- un día que sólo mis padres recuerdan. Sus patas y las de mis ancestros han recorrido estas tierras secas y sin gloria. Y lo mismo hacen ahora mis hijos, y mañana mis nietos. Estos rincones del universo son testigos diarios del vacío y el silencio. Pero ahora que usted me lo pregunta, sí, una vez, ocurrió algo insólito. Sublime, si me lo permite. Mire, él no era el primer humano que yo había visto. En su cara no advertí nada especial. Al comienzo me impresionó como un hombre sin atractivo para ser deseado. Pasaron los días y él seguía dando vueltas por aquí: uno, tres, nueve, quince y así siguió hasta cumplir cuarenta. ¿Que cómo es que lo sé? Porque los conté uno por uno con paciencia de lagarto. Retengo todavía algunas de las palabras que él escribía en la arena. Entre dibujos y rayones distinguí cosas alusivas a un reino. Sí, una vez pasó muy cerca de mí, al punt...