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Mostrando las entradas de julio, 2022

Desilusión

La niña está chocha. Después de largas horas de estudio sale radiante de su habitación como fugitiva que escapa de la prisión. Corre alegre por el pasillo con un libro cerrado en sus manos. Va gritando a más no poder: “¡por fin terminé con historia!” Pero poco le dura el festín. Su abuelo la oye, se le acerca y al oído le dice: “Cariño, te equivocas: la historia continúa”. 

El perrito de la dama

De seguro usted me conoce por aquella historia rusa. Sí, la misma con la que Antón Chejov jugó con mis sentimientos. Tal cual. Él intituló su obra “La dama del perrito” y al final resultó ser sólo una publicidad engañosa: los focos se pusieron sobre ella -la dama- y a mí me dejaron, como siempre, sometido a los pies de mi dueña. Encima, nunca me gustó que el autor me llamara con un diminutivo: “perrito”. ¡Habrase visto! Ser perro es mi esencia; el tamaño no importa. Pero a Chejov ya lo he perdonado. De veras que no le guardo rencor. Ahora estoy viejo y sé que pronto habré de partir. Por eso, antes de morir, además de estar en paz con todos, me urge también contar lo que en realidad sucedió aquel verano en Yalta. Seré subjetivo y parcial. No pretendo ser un testigo aséptico de los hechos. Vea usted: mi dueña era una mujer atractiva y desde que me adoptó como su mascota pude percibir cómo los hombres, aun sabiendo que en uno de sus finos dedos lucía un pacto de matrimonio, buscaban seduc...

Reptil

Soy un lagarto. ¿Mi nombre? No tiene importancia. Aquí el protagonista es otro. Nací en estas arenas -ardientes por el sol- un día que sólo mis padres recuerdan. Sus patas y las de mis ancestros han recorrido estas tierras secas y sin gloria. Y lo mismo hacen ahora mis hijos, y mañana mis nietos. Estos rincones del universo son testigos diarios del vacío y el silencio. Pero ahora que usted me lo pregunta, sí, una vez, ocurrió algo insólito. Sublime, si me lo permite. Mire, él no era el primer humano que yo había visto. En su cara no advertí nada especial. Al comienzo me impresionó como un hombre sin atractivo para ser deseado. Pasaron los días y él seguía dando vueltas por aquí: uno, tres, nueve, quince y así siguió hasta cumplir cuarenta. ¿Que cómo es que lo sé? Porque los conté uno por uno con paciencia de lagarto. Retengo todavía algunas de las palabras que él escribía en la arena. Entre dibujos y rayones distinguí cosas alusivas a un reino. Sí, una vez pasó muy cerca de mí, al punt...

Responsabilidad

Éramos primerizos, pero no por eso íbamos a rendirnos. Nuestra escuela fueron tres películas en blanco y negro y un par de novelas prestadas que nunca devolvimos. Apenas salí de la joyería con el botín en las manos comprendí que algo andaba mal. “¡Súbete!, ¡cambio de planes!”, gritaste con elegancia sin perder el control del volante. Y allí estábamos: dos novatos en el crimen desorganizado a bordo de una recién robada carroza fúnebre. De pronto por el retrovisor me percaté de una larga fila de automóviles que nos seguían fuera donde fuéramos. “¡Sí, amor, es el cortejo! ¡Pero mantén la calma: ya verás como los pierdo!”, decías otra vez, con la izquierda en el volante y la diestra sobre la palanca de cambios. Pisaste el acelerador a fondo y la aguja del tablero llegó a marcar 150. ¡Habrase visto cómo corría esa hilera de automóviles tratando de perseguir al finado! Pensé que el muerto que trasportábamos tuvo que ser en vida alguien muy importante porque hasta una patrulla de carabineros ...