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Lector

Estaba por tomar el libro cuando oyó la primera voz: “¡No, no lo vas a entender!”. Asustado, retiró la mano. Pero no se fue del lugar. Y lo siguió contemplando. Si algo había vivido, ¿por qué de pronto se sentía tan ignorante? Se rearmó de valor y fue de nuevo en su intento de cogerlo por el lomo. Mas al instante una segunda voz le advirtió: “¡No, no vale la pena gastarse en esas páginas!”. Se paralizó. Y quitó la mano de sobre el libro. En silencio se preguntaba si el universo terminaría en la punta de su nariz. Su intuición lo impulsó por tercera vez a perseverar en su cometido. Cuando estaba a una mínima distancia de tocar la portada del libro con las yemas de sus dedos, quedó impactado por el tronar de una voz que le decía: “¡No, no eres digno!”. Asustado, retrocedió dedos, manos y brazos y, ahora sí, hasta unos pasos dio hacia atrás. Pero, terco seguía con los ojos clavados en el libro. ¿Podría leerlo? ¿Comprendería? ¿Lo disfrutaría? ¿Sería trasformado? Desesperado, avanzó. Extendió sus manos. Todas las voces -¡a una!- exclamaron: “¡No lo toques! ¡No lo abras! ¡No lo descifrarás! ¡No te servirá!” Pero ahora estaba decidido. Lo tomó de prisa y cual ratero lo puso debajo de su abrigo. Y echó a correr. Lo persiguieron sin tregua. ¡Maldición! Ya tenía el objeto prohibido frente a sus ojos. Y, peor aún, estaba dispuesto a leerlo. Sus censores optaron entonces por quitarle la luz. Lo envolvieron en densas tinieblas. Pero el lector también era tenaz y de su bolsillo extrajo una caja de fósforos. Encendió uno de ellos. Alcanzó a leer 15 palabras cuando el fuego le quemó los dedos que sostenían el pequeño trozo de madera. Cuando se disponía a encender otra cerilla sus celadores se dijeron: “Ya tiene luz. Quitémosle, pues, la paz necesaria para pensar”. En eso se activaron ruidos, alarmas y chillidos de máxima intensidad. Pero el lector no se rendiría. Extrajo de sus bolsillos un paquete de pañuelos desechables. Humedeció con su saliva dos trozos pequeños de papel y tapó con ellos sus oídos. Encendió luego uno más de sus fósforos y se dispuso a leer. Avanzó otras 20 palabras hasta que sintió que el fuego volvía a quemarle sus dedos. “Ahora tiene silencio además de luz. Soplemos y apaguemos cada minúscula llama que se atreva a encender”, sentenciaron sus vigilantes. Y en cuestión de milésimas de segundo una a una se fueron apagando las diminutas luminarias que el lector intentaba prender. Rendido en sus esfuerzos y con sólo 35 palabras dentro de su mente se dijo a sí mismo: “Éstas las memorizaré". No eran tan distintas a lo que había imaginado. Y cansado y con pocas fuerzas se acurrucó igual que un gato para dormir. En sus sueños el libro volvió a abrirse. 

Comentarios

  1. Con 35 palabras pertinentes se puede iluminar una vida desde el interior donde es muy difícil apagar la llama o perder la paz necesaria. ¿Qué 35 palabras memorizó? ¿Serán suficientes para imaginar las que las acompañan o soñar sueños de vida?

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    1. Hmmm Igualito son las distracciones para leer el Texto Sacro. Excellent desafío: memorizar lo que se alcance a leer--¡no importa el esfuerzo!

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