Ir al contenido principal

Almorzando

-          Señorita, por favor, le pido uno de esos sánguches gigantes.

-          ¿Cuál quiere: el Troglodita Descarado o el Híper-Mega-Grotesco?

-          A ver. Déjeme pensarlo.

-          Pensar es siempre bueno. Pero apúrese, caballero. Mire la tremenda fila detrás suyo.

-          Comprendo. Entonces deme cualquiera.

-          No, así no se juega. Es una irresponsabilidad de su parte.

-          ¿Cómo dice?

-          Lo que oye: no me pida que decida por usted. Hágase responsable de sus actos. Y no vaya por el mundo buscando a quien culpar.

-          Chuta. Qué profundo. Ni en filosofía me lo enseñaron tan clarito.

-          Caballero, si no se apura, salga de la fila. Su falta de seguridad me perjudica.

-          Está bien, está bien. Voy por uno de esos Híper-Mega-Grotescos.

-          De acuerdo. Por $100 adicionales, ¿quiere aumentar el volumen del producto hasta volverlo un sánguche “Colosal & Apoteósico”?

-          ¿Y seré capaz de comérmelo?

-          Usted no se conoce a sí mismo. Incurre en una ignorancia garrafal: no ha examinado sus límites ni sus capacidades. ¿Cómo es que se atrevió a salir de su casa esta mañana y enfrentar al mundo así tan campante?

-          Diantre. Oiga, usted me está dando duro. Ya casi me tiene en las cuerdas. Conste que sólo vine aquí porque tengo hambre.

-          Imagino cuantos dolores de cabeza les habrá dado usted a sus padres. Y si está casado, compadezco a su señora. ¿Cómo pagará: efectivo, crédito o débito?

-          Tengo un cheque, ¿me sirve?

-          Haré una excepción sólo porque hoy es 29 de febrero.

-          ¡Gracias!

-          ¿Añadirá el 10% por el servicio brindado o se prestará para seguir explotando al obrero?

-          Sí, con gusto. Y si quiere súbalo a un 20%.

-          No se haga el chistosito. Es innecesario. No es cuestión de privilegios ni regalías graciosas. Es mera justicia. Y punto.

-          Comprendo. Disculpe. Me salió el payaso que llevo dentro.

-          Y no lo reprima. El humor es algo demasiado importante para no tomarlo en serio. Sin alegría nadie resiste. Ahora pase y disfrute su comida.

-          Muy amable. Adiós.

-          Sí, a Dios sea toda gloria.

-          ¿Es creyente?

-          ¿Y acaso existe un ser humano que no lo sea? Hasta los ateos construyen su vida sobre un presupuesto indemostrable: una negación absoluta implica poseer un conocimiento total de la realidad.

-          Chanfle. Me deja pensando.

-          Pensar es siempre bueno. Y del todo compatible con creer. Y ahora, sí que sí: de una vez, por favor, dele paso al cliente detrás suyo. Vaya a disfrutar su Híper-Mega-Grotesco aumentado a “Colosal & Apoteósico”. ¡Provecho!

 

Comentarios

  1. Verdad indiscutible, ayer, hoy o mañana: " Hasta los ateos construyen su vida sobre un presupuesto indemostrable: una negación absoluta implica poseer un conocimiento total de la realidad."

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Bilingüismo

Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son

Profana natividad

* “No lo niegues. Eres como yo. Se te nota”, afirmó Elizabeth. A Marianne, la joven haitiana recién llegada al equipo de limpieza, esas palabras la sorprendieron. “Ayer te vi haciéndolo”, continuó Elizabeth. “Tú ni cuenta te diste. Pensabas que estabas sola, que serías la última en retirarte. Encima dejaste la puerta semiabierta. Y yo justo pasé por allí. Entonces vi que la tenías en tus manos. Me quedé quieta, en silencio. Por la ternura de tus dedos al tocarla supe de inmediato que eso nacía de un corazón ardiente. Me gustó verte así. Me dije: ‘mañana le hablaré’. Más de alguna ocasión también lo hice por aquí mismo. Una vez lo intenté en un vagón del metro, pero alguien me advirtió que se veía como un acto de provocación. Entonces opté por el secreto. A solas. O en mi habitación o, a lo sumo, en los baños. Ayer te vi y te reconocí enseguida. Tú eres como yo”.   * Marianne dejó Puerto Príncipe hace pocos meses. Primero emigraron sus vecinas, luego sus primas y, por último, su

L (ele)

Se acostó como Álvaro. Y despertó como Avaro. Tratándose apenas de una sola letra, no le dio importancia. (¿Acaso no vivía en un país donde los nativos devoraban con impunidad ciertas letras? Había sido el caso de la ‘s’. Creció convencido que después del uno venía el do’ y a continuación el tre’. Total, así contaban papá y mamá y él aprendió los números en su casa). Pero con el paso de los días la ausencia de esa ‘l’ se hizo notar. Con ella se fue la liberalidad. Ya no quiso distribuir más sus bienes. Si no había recompensa por lo que daba, mejor que no contaran con él. Comenzó por ocultar su sonrisa, pues no había motivo para regalarla en la calle. Luego optó por escatimar el tiempo invertido con sus amigos (y, a corto andar, advirtió que su cantidad de compadres era un derroche que debía corregirse mediante la austeridad de los afectos). Acabó, por fin, reservando para sí lo que antes gastaba en su enamorada (miradas, caricias, besos y escucha). “¿Qué te pasa, cariño?”, le preguntó