Ir al contenido principal

Colonial

Nació en una colonia (vale decir, en un territorio dominado y administrado por una potencia extranjera). Su llegada al mundo coincidió, pues, con los años de la colonia (esto es, con aquel periodo histórico en el que un determinado territorio está colonizado). Fue allí y entonces cuando sufrió su primer ataque al colon (a saber, aquella porción del intestino grueso de los mamíferos, que empieza donde concluye el ciego, cuando éste existe, y acaba donde comienza el recto). Durante sus días de internación en el hospital leyó con fruición sobre los viajes de Colón (aquel navegante que un 12 de octubre de 1492 desembarcó en las Bahamas). Con tamaño golpe a la salud, perdió varios kilos, pero mantuvo siempre su elegancia. Así, cada mañana, se le veía frente al espejo echándose colonia (es decir, un perfume compuesto de agua, alcohol y esencias aromáticas). Recuperado el vigor de su cuerpo y de nuevo en alto su moral, se enamoró de una colona (valga la explicación: persona que coloniza un territorio o que habita en una colonia). Le gustó de ella que al oírla hablar nunca defendía el colonialismo (entendido éste como un régimen político y económico en el que un Estado controla y explota un territorio ajeno al suyo). Para ella el colonato era sólo eso: un mero colonato (léase aquí apenas un sistema de explotación de las tierras por medio de colonos) y algo muy ajeno al antiguo coloniaje (dicho sin más, un puro dominio abusivo de la cultura de un pueblo sobre otro). Él siempre recuerda la bella coincidencia: se conocieron en un bar bebiendo colonche (aquella bebida alcohólica que se hace en base al jugo de la tuna colorada y algo de azúcar). Él le dijo que trabajaba instalando colondas (en concreto: postes y tabiques), y ella le respondió que por el momento estaba a cargo de un proyecto de importación de colonias (aludiendo con ello a esas plantas ornamentales propias de Cuba, de la familia de las cingiberáceas, de hasta dos metros de altura, con hojas lanceoladas grandes y flores aromáticas, que florecen varias veces al año y se cultivan en jardines para formar macizos). Ella observó ante todo que él tampoco era un colonialista (en el sentido de ser un partidario del colonialismo). El tiempo y la pasión dieron sus frutos. Sellaron un pacto de amor, dejaron su terruño habitual y emigraron hacia Alemania, asentándose, después de varias idas y vueltas, en Colonia (la cuarta ciudad más grande de ese país).

 

(La casa editorial agradece a la Real Academia Española por la publicación del Diccionario de la lengua española, edición del Tricentenario, actualizado al 2022). 

Comentarios

  1. Fascinante (aludiendo por supuesto a lo mesmerizante antes que lo propio de fascinerosos) :)

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Bilingüismo

Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son ...

Profana natividad

* “No lo niegues. Eres como yo. Se te nota”, afirmó Elizabeth. A Marianne, la joven haitiana recién llegada al equipo de limpieza, esas palabras la sorprendieron. “Ayer te vi haciéndolo”, continuó Elizabeth. “Tú ni cuenta te diste. Pensabas que estabas sola, que serías la última en retirarte. Encima dejaste la puerta semiabierta. Y yo justo pasé por allí. Entonces vi que la tenías en tus manos. Me quedé quieta, en silencio. Por la ternura de tus dedos al tocarla supe de inmediato que eso nacía de un corazón ardiente. Me gustó verte así. Me dije: ‘mañana le hablaré’. Más de alguna ocasión también lo hice por aquí mismo. Una vez lo intenté en un vagón del metro, pero alguien me advirtió que se veía como un acto de provocación. Entonces opté por el secreto. A solas. O en mi habitación o, a lo sumo, en los baños. Ayer te vi y te reconocí enseguida. Tú eres como yo”.   * Marianne dejó Puerto Príncipe hace pocos meses. Primero emigraron sus vecinas, luego sus primas y, por último,...

Covid

"¿Es usted el escritor?", me pregunta, seco. "El aprendiz", le respondo y cuando lo veo molestarse debo pedirle que por favor no se vaya. "Dígame, ¿dónde y cuándo se le ocurrió contagiarse? ¿Acaso se creía el único ser inmune del planeta?", empieza dándome duro. "Mire, en verdad no sé qué contestarle", voy de vuelta. "¿Es usted ignorante o pajarón? No se me haga el ruso", me interroga como un policía. "Las dos cosas, pero aún así esta vez sí le digo la verdad". "Vamos -insiste él-, a este paso no terminaremos nunca. Y debo irme en cinco minutos. Apúrese. A ver, dígame, ¿qué pasó luego que le diagnosticaron lo que todo el mundo le había advertido que podía pasarle?". Silencio por tres segundos (al cuarto el individuo se para y se marcha). "Me hospitalizaron", afirmo. "Pero, ¿cómo? Sé que usted está fuera de su país, en una tierra donde es un perfecto analfabeto. ¿Qué hace, por ejemplo, para comunicarse ...