Ir al contenido principal

¡Escape!

Camina solitaria por la calle. Está oscuro. Pisa con cuidado evitando que sus tacones se hundan en un charco o queden atrapados en una rendija del alcantarillado. A la distancia divisa su automóvil y apresura sus pasos. Al llegar lo aborda de prisa mirando a derecha e izquierda. Una vez dentro tranca las puertas con pestillos y verifica que las ventanas están bien cerradas. Con rapidez se quita la mascarilla y desinfecta sus manos con alcohol gel. Enciende el motor, la radio y las luces. Antes de partir envía un mensaje de texto a sus amigas ("¡voy saliendo!"). Y así se desconecta de la realidad que la circunda. Afuera un hombre la mira y sigue con atención todos sus movimientos. Es alto, gordo y viste un buzo apretado que lo hace lucir como un embutido gigante. Pese al gorro que cubre su cabeza y la bufanda que tapa su boca, sus ojos negros logran ser captados por la mirada de la mujer. Ella se aterra por un instante. Él se acerca veloz por el costado del piloto y ella piensa si es mejor huir de frente o correr en reversa el resto de cuadra. Es diestra al volante y como sea sabrá frustrar las intenciones del cerdo que la acosa. Decide aplicar retroceso sintiendo que de esta maniobra depende su vida. Llega a la esquina, dobla, quita la reversa y pone primera. Oprime a fondo el acelerador y las llantas rompen el silencio de la noche. Escapa. Alejándose mira por el retrovisor y ve al tubo de paté con cara de humano alzando los brazos en señal de protesta. ¡Pobre gordo! Con éste ya son diez los vehículos que cuidó por horas y se largaron sin dejarle propina.

Comentarios

  1. Gracias lo encontré muy entretenido, dinámico, divertido. Me reí mucho.
    Me encantas tus cuentis

    ResponderBorrar
  2. ¡Oh! pobre caballero, además de ser embaucado es juzgado por su apariencia... Muy interesante logras la tensión que se quiebra con un desenlace tan tuyo ja, ja, ja, Me reí, pero insisto en que es un descredito para el caballero...

    ResponderBorrar
  3. Suspenso que termina en una carcajada. Muy original.
    Se temía lo peor y termina en una risa. Muy buen cuento corto.

    ResponderBorrar
  4. jajaja quién iba pensar ese fin! muy bueno!
    Gracias autor anónimo!

    ResponderBorrar
  5. el gordo trabajaba para la municipalidad o era de esos barsas que aparecen y te cobran?

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Veamos. Un profesor de derecho civil le diría que la buena fe se presume, mientras que un penalista afirmaría que en principio todos gozamos de la misma presunción de inocencia. Quien pretenda sostener lo contrario deberá asumir la carga de la prueba.

      Borrar
  6. El difícil conflicto de la ética con la estética. Buen cuento

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Bilingüismo

Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son ...

Profana natividad

* “No lo niegues. Eres como yo. Se te nota”, afirmó Elizabeth. A Marianne, la joven haitiana recién llegada al equipo de limpieza, esas palabras la sorprendieron. “Ayer te vi haciéndolo”, continuó Elizabeth. “Tú ni cuenta te diste. Pensabas que estabas sola, que serías la última en retirarte. Encima dejaste la puerta semiabierta. Y yo justo pasé por allí. Entonces vi que la tenías en tus manos. Me quedé quieta, en silencio. Por la ternura de tus dedos al tocarla supe de inmediato que eso nacía de un corazón ardiente. Me gustó verte así. Me dije: ‘mañana le hablaré’. Más de alguna ocasión también lo hice por aquí mismo. Una vez lo intenté en un vagón del metro, pero alguien me advirtió que se veía como un acto de provocación. Entonces opté por el secreto. A solas. O en mi habitación o, a lo sumo, en los baños. Ayer te vi y te reconocí enseguida. Tú eres como yo”.   * Marianne dejó Puerto Príncipe hace pocos meses. Primero emigraron sus vecinas, luego sus primas y, por último,...

Covid

"¿Es usted el escritor?", me pregunta, seco. "El aprendiz", le respondo y cuando lo veo molestarse debo pedirle que por favor no se vaya. "Dígame, ¿dónde y cuándo se le ocurrió contagiarse? ¿Acaso se creía el único ser inmune del planeta?", empieza dándome duro. "Mire, en verdad no sé qué contestarle", voy de vuelta. "¿Es usted ignorante o pajarón? No se me haga el ruso", me interroga como un policía. "Las dos cosas, pero aún así esta vez sí le digo la verdad". "Vamos -insiste él-, a este paso no terminaremos nunca. Y debo irme en cinco minutos. Apúrese. A ver, dígame, ¿qué pasó luego que le diagnosticaron lo que todo el mundo le había advertido que podía pasarle?". Silencio por tres segundos (al cuarto el individuo se para y se marcha). "Me hospitalizaron", afirmo. "Pero, ¿cómo? Sé que usted está fuera de su país, en una tierra donde es un perfecto analfabeto. ¿Qué hace, por ejemplo, para comunicarse ...