Majestuoso.
El volcán crecía frente a sus ojos. Fuera de su biblioteca Eustaquio se sentía
extraño. Pensó en regresar a su escarabajo y manejar de vuelta a la cabaña que
arrendaba. Era un ser urbano, acostumbrado a su oficina y a los tribunales.
Aquí en cambio le tocaba jugar de visita: el viento le golpeaba la cara y el
silencio se burlaba de su capacidad para articular discursos. Se percató que el
sol estaba listo para echarse a dormir. Y no faltó la estrella que se atrevió a
brillar sin esperar la llegada de la noche. La detectó pese a su miopía. Eso lo
llenó de alegría. Entonces algo detuvo ese impulso metropolitano de emprender
la retirada. Optó por reírse de su intento de fuga y más bien se allanó a la
verdad del lugar. Ni en sus alegatos más notables (alabados por los ministros)
ni en sus escritos mejor logrados (copiados por sus colegas) llegaba a rozar la
belleza que reinaba en este espacio. Su cerebro aprovechó el instante y eyectó
los kilos de demandas, querellas e informes anquilosados en la memoria. El
disparo fue de tal precisión que las normas y alegaciones cayeron dentro del
cráter. Mientras se derretían, el volcán saludó a Eustaquio con una fumarola,
gesto que él retribuyó con una carcajada liberadora.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
"ese impulso metropolitano de emprender la retirada"... me encantó, los estoy leyendo todos!!
ResponderBorrarAbrazo virtual!!!