Un
cuaderno arrugado y un lápiz gastado sellaron su pacto secreto. Ahí
estaban Rufo y Lucio, derribados, pero no destruidos. Ante todo, la dignidad.
Sus padres jamás deberían enterarse de que las matemáticas volvían a
teñir de rojo sendas libretas de calificaciones. Detrás del quiosco los
chicos fraguaron el éxodo de la esclavitud. Hicieron pedazos los controles
parciales del curso y escondieron la evidencia documental. Luego, Rufo le dio
su manzana y Lucio le correspondió con su marraqueta de queso, mantequilla y
mortadela. Con la cara sucia Rufo alzó los ojos al cielo y al aire le preguntó:
“Oye, ¿por qué las tías no quieren aceptar que vinimos al mundo para morir
por un balón?, ¡¿para qué sirven las matemáticas?!” Lucio quedó persuadido
por la lógica irrefutable de su compañero. Pero esa misma noche tuvo una
pesadilla. Soñó que una profesora de siete cabezas venía a él de golpe y
porrazo y, mirándolo a los ojos, lo interrogaba: “A ver, dime tú, pitufo, hijo
de hombre, si te niegas a aprender a sumar, restar, multiplicar y dividir,
¿cómo entonces sabrás cuál de los dos equipos metió más goles?” Lucio
despertó, aterrado. Se había orinado. Pero tamaña verdad lo hizo libre.
Renunció al fútbol. Hoy es un próspero ingeniero.
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son
Mmmmmmm...
ResponderBorrarQué desolador. El trauma de las matemáticas....
Para lo único digno que sirven, es para componer música...
Genial, espectacular...
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