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Cálculos

Un cuaderno arrugado y un lápiz gastado sellaron su pacto secreto. Ahí estaban Rufo y Lucio, derribados, pero no destruidos. Ante todo, la dignidad. Sus padres jamás deberían enterarse de que las matemáticas volvían a teñir de rojo sendas libretas de calificaciones. Detrás del quiosco los chicos fraguaron el éxodo de la esclavitud. Hicieron pedazos los controles parciales del curso y escondieron la evidencia documental. Luego, Rufo le dio su manzana y Lucio le correspondió con su marraqueta de queso, mantequilla y mortadela. Con la cara sucia Rufo alzó los ojos al cielo y al aire le preguntó: “Oye, ¿por qué las tías no quieren aceptar que vinimos al mundo para morir por un balón?, ¡¿para qué sirven las matemáticas?!” Lucio quedó persuadido por la lógica irrefutable de su compañero. Pero esa misma noche tuvo una pesadilla. Soñó que una profesora de siete cabezas venía a él de golpe y porrazo y, mirándolo a los ojos, lo interrogaba: “A ver, dime tú, pitufo, hijo de hombre, si te niegas a aprender a sumar, restar, multiplicar y dividir, ¿cómo entonces sabrás cuál de los dos equipos metió más goles?” Lucio despertó, aterrado. Se había orinado. Pero tamaña verdad lo hizo libre. Renunció al fútbol. Hoy es un próspero ingeniero.


Comentarios

  1. Mmmmmmm...
    Qué desolador. El trauma de las matemáticas....
    Para lo único digno que sirven, es para componer música...

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