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Mostrando las entradas de julio, 2021

Partida

Mi suegra me invitó a jugar ajedrez. Ella no habla una palabra de mi lengua natal y yo de su idioma, dos o tres frases. En los tiempos de sobremesa, cuando sólo quedamos los dos, permanecemos en silencio. A veces cruzamos algunas sonrisas, pero lo habitual es que entre nosotros circule el viento. Para esta partida ella encontró un tablero de madera. Me explica -traducción de por medio- que fue de su padre. Que de joven él ganó un torneo y lo recibió como premio. Mmm… eso me intimida: es como si me advirtiera que por sus venas corre la misma sangre de ese campeón. Hacemos el sorteo de los colores de las piezas. Gana ella y comienza. Persigue a mis peones, ataca mis caballos, secuestra mis alfiles y derrumba mis torres. Mi esperanza se evapora igual que todo bajo el sol estival de Volgogrado. Miro sus manos. Son dos álbumes de fotografías: en las arrugas de sus dedos se registran su viudez, el hijo que perdió y los años que cuidó a su madre hasta el día de su muerte. “¿Y tú qué sabes de ...

Peralta

“Está fuera de riesgo vital”, se informó en el último reporte médico. Peralta volvía a zafar de las garras de la muerte. Y así pasaron sus días, semanas y meses internado en el hospital institucional. Operaciones, tratamientos y rehabilitación. No faltaron los consejos de su madre (“enfermo que come no muere, hijo mío”), el afecto de sus colegas (“eres un gato de siete vidas que siempre cae parado”) y el aliento de su jefatura (“Peralta, usted sabe, la mala hierba nunca muere. Cuídese mucho. Lo esperamos a su regreso”). Cuando se sintió con fuerzas en sus manos se animó a leer. Y no lo habría hecho si no fuera por la visita de su colega Rodríguez, a quien él insistía en amar en secreto y desde el anonimato. Una mañana ella fue a verlo por sorpresa y le contagió un poco de su pasión por la tinta escrita con gracia sobre el papel. Descontando la lectura de los manuales técnicos, informes, dictámenes, memos, partes e instrucciones, Peralta se había alejado de los libros cuando salió del c...

¡Casi!

Peralta estaba siendo vencido por el sueño. Llevaba un par de horas encerrado en la cabina del vehículo institucional. Se le estaban comenzando a enfriar los dedos de los pies cuando, por fin, sintió que ahora sí despertaba. Llegó hasta ese lugar movido sólo por una corazonada. No tenía evidencia directa que confirmara sus intuiciones. Hasta hoy, no ha logrado convencer a nadie. Horas antes, el juez de garantía se negó a emitir la orden de entrada y registro que Peralta pretendía conseguir a través del fiscal. Pese a todo, algo le decía que esta larga espera no sería en vano. Su olfato callejero lo llevaba a insistir cerrando ese círculo. El agresor tenía que ser alguien cercano a la última de las víctimas. Recordó, además, su más terca convicción policial: no existe el crimen perfecto. Y volvió a pensar en la descripción ofrecida por esa única chica que logró escapar: “era un hombre bien gordo, con una pelada como de cura franciscano y con las dos manos tatuadas como si tuviera la pie...

Pichón

Cayó de bien alto. Su nido se hallaba sobre el techo del quinto y último piso del edificio. Sus alas no se desplegaron. Su instinto de supervivencia fue insuficiente. ¿Dónde estaba mamá? El golpe fue certero. No rebotó al estrellarse contra el cemento del paseo peatonal. Quedó volteado sobre su columna, mirando hacia el cielo. Fue notorio el sonido que produjo cuando su cuerpo absorbió el impacto. Al instante comenzó a abrir su pequeño pico. Los suyos fueron gritos mudos. A los segundos, sus ojos se cerraron. Allá por lo alto volaban decenas de golondrinas. Aquí abajo, a ras de suelo, varias palomas estacionadas fueron testigos de la caída. Los transeúntes advierten la presencia del diminuto cadáver y se cuidan de no pisarlo. Un grupo de niños se detiene a mirarlo. Una señorita se agacha y se pregunta con su teléfono en la mano si tiene sentido intentar algo. Son recién las ocho de la mañana y en Volgogrado el sol del verano se halla encendido por sobre los treinta grados. Todo es luz ...

¡Alta!

Llegó el día cuando al paciente de la 3.16 le dieron el alta. Una enfermera entró a la habitación común y le dijo: “Vamos”. Él se levantó de la cama y le fue siguiendo las pisadas. Ella consideró que bajar por las escaleras sería mejor que hacerlo por el ascensor (prueba de fuego para él). En los pasillos se fue topando con otras enfermeras y auxiliares: todas ellas vestidas como cosmonautas, dejando ver sólo sus ojos detrás de aquellas antiparras sin pretensiones estéticas. Tras cada paso de sus pies, el sujeto se goza como uno que sabe que no hay botín de guerra más preciado que la propia vida. ¿Para qué buscar grandes cosas en momentos cuando la humanidad entera aún se debate con un mal extraño? En pocos minutos estará de nuevo en la calle. Aturdido, pero agradecido, respira y su conciencia le susurra que estar vivo es un milagro. ¿Qué te llevas en la memoria, sujeto? ¿La cara del viejo afiebrado que se agitaba en la cama del lado? ¿Los ojos locos del paciente que recorría los pasil...

Covid

"¿Es usted el escritor?", me pregunta, seco. "El aprendiz", le respondo y cuando lo veo molestarse debo pedirle que por favor no se vaya. "Dígame, ¿dónde y cuándo se le ocurrió contagiarse? ¿Acaso se creía el único ser inmune del planeta?", empieza dándome duro. "Mire, en verdad no sé qué contestarle", voy de vuelta. "¿Es usted ignorante o pajarón? No se me haga el ruso", me interroga como un policía. "Las dos cosas, pero aún así esta vez sí le digo la verdad". "Vamos -insiste él-, a este paso no terminaremos nunca. Y debo irme en cinco minutos. Apúrese. A ver, dígame, ¿qué pasó luego que le diagnosticaron lo que todo el mundo le había advertido que podía pasarle?". Silencio por tres segundos (al cuarto el individuo se para y se marcha). "Me hospitalizaron", afirmo. "Pero, ¿cómo? Sé que usted está fuera de su país, en una tierra donde es un perfecto analfabeto. ¿Qué hace, por ejemplo, para comunicarse ...

Postales (7)

Volgogrado arde de día y de noche. Es difícil conciliar el sueño en una habitación saturada del calor veraniego. Hay quienes imaginan que esta ciudad es un templo de hielo. Y, sí, eso alguna vez fue verdad: las huestes hitlerianas que invadieron la ciudad (cuando ésta se llamaba Stalingrado) quedaron atrapadas en uno de los inviernos más fríos registrados en la historia. Pero fuera de ese golpe mortal al nazismo en suelo soviético, hay que saber que aquí el periodo estival calienta las calles, los cuerpos y los ánimos. Verano es verano y los rusos de esta zona no son esquimales ni en sus calles rondan los osos polares. Y esta noche es duro cerrar los ojos. Estoy boca arriba, mirando el techo, en una habitación oscura. El silencio es total y se oye con claridad lo que sucede en la calle. Me hallo cerca de la salida a un balcón y las puertas y ventanas están abiertas. Nada refresca. Espero la llegada de Morfeo enterándome de lo que sucede alrededor: un vecino regala su verborrea a viva v...