Mi suegra me invitó a jugar ajedrez. Ella no habla una palabra de mi lengua natal y yo de su idioma, dos o tres frases. En los tiempos de sobremesa, cuando sólo quedamos los dos, permanecemos en silencio. A veces cruzamos algunas sonrisas, pero lo habitual es que entre nosotros circule el viento. Para esta partida ella encontró un tablero de madera. Me explica -traducción de por medio- que fue de su padre. Que de joven él ganó un torneo y lo recibió como premio. Mmm… eso me intimida: es como si me advirtiera que por sus venas corre la misma sangre de ese campeón. Hacemos el sorteo de los colores de las piezas. Gana ella y comienza. Persigue a mis peones, ataca mis caballos, secuestra mis alfiles y derrumba mis torres. Mi esperanza se evapora igual que todo bajo el sol estival de Volgogrado. Miro sus manos. Son dos álbumes de fotografías: en las arrugas de sus dedos se registran su viudez, el hijo que perdió y los años que cuidó a su madre hasta el día de su muerte. “¿Y tú qué sabes de ...
Historias corrientes que pueden estar sucediendo en este preciso momento en cualquier lugar del mundo.