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¡Alta!

Llegó el día cuando al paciente de la 3.16 le dieron el alta. Una enfermera entró a la habitación común y le dijo: “Vamos”. Él se levantó de la cama y le fue siguiendo las pisadas. Ella consideró que bajar por las escaleras sería mejor que hacerlo por el ascensor (prueba de fuego para él). En los pasillos se fue topando con otras enfermeras y auxiliares: todas ellas vestidas como cosmonautas, dejando ver sólo sus ojos detrás de aquellas antiparras sin pretensiones estéticas. Tras cada paso de sus pies, el sujeto se goza como uno que sabe que no hay botín de guerra más preciado que la propia vida. ¿Para qué buscar grandes cosas en momentos cuando la humanidad entera aún se debate con un mal extraño? En pocos minutos estará de nuevo en la calle. Aturdido, pero agradecido, respira y su conciencia le susurra que estar vivo es un milagro. ¿Qué te llevas en la memoria, sujeto? ¿La cara del viejo afiebrado que se agitaba en la cama del lado? ¿Los ojos locos del paciente que recorría los pasillos como recordando que en ese lugar la muerte juega de local? Afuera su mujer lo espera. Cruza el umbral de la puerta de salida del hospital y la mira. La encuentra hermosa. La abraza. La aprieta. Se resiste a soltarla. Entiende que ese contacto con ella no es obvio ni evidente. Bien pudo no haber vuelto a ocurrir. A bordo del auto del amigo que lo fue a recoger para llevarlo de regreso a casa, mira por la ventana: nada nuevo, nada insólito, lo mismo de siempre. Pero al sujeto se le hace como que está viviendo en un mundo encantado. Hasta ese perro vago que se deja ver entre los peatones, se le representa como una obra de arte: es un animal perfecto. En casa, sus hijas son las mismas niñas que dejó unos días atrás. Pero él hoy las ve radiantes. No le ofenden sus gritos cuando las oye discutir por un capricho. Las abraza, les besa la frente, se niega a dejarlas escapar. Las chicas le pierden la paciencia y no entienden a qué viene tanta pasión. Horas más tarde está a solas en la cocina. Lava la loza: el agua, la esponja, el detergente y los platos son viejos conocidos. Mas el sujeto experimenta el lavado como una fiesta. ¡Está vivo! Tendrá todavía que volver a coordinar la cabeza con el resto del cuerpo (el Covid sabe dónde golpear). Pero habrá tiempo para eso. Mientras tanto, él repite su estribillo: “¡Señor, estar vivo es extraordinario!”

Comentarios

  1. Me alegro mucho por tu recuperación Franz y fue muy grata también la presentación del libro, que espero con ansias llegue pronto. Saludos desde la humilde localidad de Puente Alto.

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  2. Que bella y real reflexión. Imagino tal tú lo cuentas porque vivir es un milagro. Adelante queda mucho por recorrer
    Esperamos muchos cuentos más. Desde Viña del Mar con amor.

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  3. Aquí si que tiene material para toda una Vida querido Profesor. Cuidese que todavía necesitamos sus historias, me alegro que pueda sentir el calor del Sol, el frío de un amanecer y una caricia, y la mano de Dios. Lo demás viene por añadidura.

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  4. Es bueno tenerte de vuelta y que esto quede en una enseñanza

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