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Mostrando las entradas de agosto, 2021

Partida (2)

Está borracho. Igual que ayer. Comenzó a beber siendo joven. Hoy sobrepasa los setenta y lo sigue haciendo. No puede detenerse. Aun así, me insiste para que acepte su invitación. Trae bajo el brazo su tablero y, dentro de una bolsa de tela, sus piezas de madera de gran tamaño. Recuerdo aquellos dameros minúsculos que usaban mis compañeros del colegio para jugar en los recreos. ¡Incomparable! En esta partida se aprecian peones del tamaño de los meñiques de mis manos, reinas de la altura de mis índices y reyes que sobrepasan la longitud de mis dedos cordiales. Juzgo a simple vista y canto victoria: nada más fácil que tomar ventajas sobre quien tiene la conciencia intoxicada. Me siento ganador. Pero el hombre aquel sabe lo que hace: el vodka que inunda su cerebro no le impide desplazarse por el campo y comerse mis jugadores respetando las reglas. No puedo imputarle manejo en estado de ebriedad ni conducción bajo los efectos del alcohol. Aquí, ebrios y sobrios pesan lo mismo. Él no compren

Novatos (poesiando)

“¡Atención, pequeños saltamontes!” Es la voz del maestro dirigida a sus aprendices. “¿Quién leerá primero?”, continúa él. Silencio en la sala. Lleva dos semanas intentando que los asistentes al taller se atrevan a escribir y leer poesía. Hasta ahora sólo escucha quejas y excusas. Ninguno se siente digno de abrir la boca y leer a viva voz aquello que ha escrito en el papel. “Es que me quedó muy feo, profe”, dice uno. “Mis compañeros se van a reír”, dice otra. “Usted no comprenderá lo que quiero decir”, sigue uno más. “No me entiendo mi propia letra, profesor”, remacha la última. “Vamos, mañana leerán todos. Será nuestra última sesión. Nunca me había tocado un grupo tan callado como ustedes”, sentencia, cansado, el poeta. Esa noche algunos se desvelaron pensando, buscando, sintiendo. ¿Sobre qué escribir cuando se han agotado los temas? ¿Cómo no bostezar si el aburrimiento gana por paliza? ¿Es posible revivir los afectos usando palabras gastadas? Se cumplió el plazo. Viernes por la tarde,

Peralta (3)

“¡Ha vuelto a atacar!”, se quejó el comisario delante de Peralta. “Estuve toda la mañana” -continuó- “con los padres de la niña. Lloraron mucho más de lo que aportaron. Pero dijeron lo esencial. No hay dudas, ha sido él: hombre gordo, pelada franciscana y manos tatuadas con piel de serpiente”. Apenas el comisario terminó de hablar, autorizó que Rodríguez ingresara a su oficina. Ella venía trayendo dos vasos de café en sus manos. “Adelante, Rodríguez. Tome asiento. Y no tenía por qué molestarse con ese café para mí”, bromeó su jefe consciente que el destinatario era Peralta. Hoy era su primer día de regreso en sus funciones luego de meses de licencia médica. “¿Y cómo es que siguen cayendo nuevas víctimas?”, dijo el detective sin pretender que nadie le contestara. “Es un embaucador profesional”, acotó Rodríguez con firmeza. Peralta la observó con admiración y gratitud mientras ella le entregaba el vaso de café. Y de inmediato, la inspectora sentenció: “jefe, vengo a informarle que nuestr

Indio

Es chileno, pero vive en Bolivia. Transcurren los primeros años de la década de los ochenta. Se siente a disgusto en esta tierra que no es la suya. Se quedará sólo hasta cuando el negocio siga siendo rentable. Luego se irá. “Nada más de precolombinos”, piensa con ironía. Pero hoy, cosa curiosa, está de buen ánimo. Saldrá de La Paz por unos días rumbo a Coroico. Eso lo emociona: paisajes exóticos, hotel cinco estrellas, la eterna primavera. Aborda su camioneta y maneja con precaución. Andando por las alturas, toma conciencia de la belleza mortal del lugar: hay quienes perdieron el control del volante o de los frenos y acabaron por allá abajo. No será su caso. Anhela llegar a su paraíso particular y obsequiarse su merecido descanso. A mitad de camino, un puñado de lugareños le hacen dedo. Están cansados. Le piden que los lleve lo que más pueda. Se hace tarde y la humedad tropical deja espacio al fresco de la noche. El chileno piensa cobrarles; no tiene ganas de regalarles nada. Pero los

Fea

De pequeña aprendió a resistir el rechazo. Correteada de cuanta casa, escuela o transporte por donde pasaba, su vida se redujo al único objetivo de sobrevivir. Nunca supo de cumpleaños ni días especiales. Ha sido perseguida, a veces con violencia. Interesada en conocer si en otros países las que son como ella corren la misma suerte, ha investigado el asunto. Se ha enterado que sí: que en los cuatro puntos cardinales le esperan gestos de repudio, palabrotas y golpes letales. Entonces duda si quedarse o partir. Al final optó por seguir en tierra conocida. En su fragilidad está dispuesta a vivir sin comodidades, pero los fuertes se la hacen difícil. En su presencia siempre arrugan la cara y levantan las manos para que se vaya. “¡Fuera de aquí, sucia!”, es el mensaje que lee en los rostros de hombres y mujeres, sin importar apellidos ni clases sociales. Ha sido expulsada de comisarías, iglesias y del Palacio de Gobierno. Atribulada, pero sin resignarse a su realidad, aprendió el lenguaje d