Ir al contenido principal

Novatos (poesiando)

“¡Atención, pequeños saltamontes!” Es la voz del maestro dirigida a sus aprendices. “¿Quién leerá primero?”, continúa él. Silencio en la sala. Lleva dos semanas intentando que los asistentes al taller se atrevan a escribir y leer poesía. Hasta ahora sólo escucha quejas y excusas. Ninguno se siente digno de abrir la boca y leer a viva voz aquello que ha escrito en el papel. “Es que me quedó muy feo, profe”, dice uno. “Mis compañeros se van a reír”, dice otra. “Usted no comprenderá lo que quiero decir”, sigue uno más. “No me entiendo mi propia letra, profesor”, remacha la última. “Vamos, mañana leerán todos. Será nuestra última sesión. Nunca me había tocado un grupo tan callado como ustedes”, sentencia, cansado, el poeta. Esa noche algunos se desvelaron pensando, buscando, sintiendo. ¿Sobre qué escribir cuando se han agotado los temas? ¿Cómo no bostezar si el aburrimiento gana por paliza? ¿Es posible revivir los afectos usando palabras gastadas? Se cumplió el plazo. Viernes por la tarde, fin del taller. Entre el público invitado se han colado las auxiliares del aseo del edificio, el jardinero de la municipalidad, una pareja de ancianos que por error llegó a la sala buscando a la asistente social y, por supuesto, media docena de curiosos con tiempo de sobra. Sin rodeos y venciendo sus miedos se lanzó una chica, la única escolar del grupo. “Te amé desde antes que existieras”, comenzó la muchacha para sorpresa de los más escépticos y así siguió leyendo más. “Espero con ansias que me paguen lo que deben”, declamó luego una viuda cansada de litigar en tribunales y muchos asintieron con sus cabezas cuando ella prolongó sus lamentaciones por más de dos minutos. “Tu vida sí tuvo sentido y esa tumba no te merecía”, fue lo que después, entre otros versos, sollozó una madre que, todavía joven, enterró a su único hijo. “Te juro por lo que más amo que te meteré un par de balazos”, acabó exclamando (¡brazos en alto!) un policía jubilado, luego de enunciar varias faltas y delitos. Éxito rotundo. Hubo aplausos de pie para los aprendices de poetas y, en el cóctel de clausura, no faltaron los brindis con bebidas gaseosas y papas fritas envasadas. El alcalde se hizo presente con un discurso que, a juicio de los nóveles escritores, fue el punto débil de la jornada. “Cursi”, fue lo más suave que se dijo de él. “Vacío de contenido”, lo más elegante. De regreso en su casa, el maestro duda si vale la pena seguir impartiendo estos talleres. ¿Será como arrojarles perlas a los cerdos? ¿Será que los comienzos siempre son así de modestos? Está por desertar, casi convencido de que éste fue el último taller. En eso recibe un mensaje de audio de la única persona que insistió en su silencio hasta el final y se negó a leer en el acto de cierre. “Profesor, ¡gracias por su paciencia conmigo! Disculpe usted mi cobardía. Mis achaques me duelen menos que hace dos semanas. Y mis heridas no me arden tanto. Me cuesta escribir y mucho más declamar. Pero sepa que algo aprendí: ponerles nombres a las cosas es algo sanador”. 

Comentarios

  1. No es fácil escribir poesía. Una historia bien contada encasillada a una disciplina lírica.
    Felicitaciones. Me gusto la experiencia.

    ResponderBorrar
  2. Hola. Me súper encantó este relato. Vi todo. Tiene buen ritmo. Bonito el tema además. Bien elegidos los personajes y los ejemplos. Es suscinto pero tiene los detalles necesarios y suficientes para armarse más que una buena idea. Se lee corto y fácil, fluido, se entiende ( he leído taaaantos textos difíciles últimamente que agradezco muchísimo que lo leído se entienda sin esfuerzo). Me gustó el remate y el giro a la sensación del protagonista. Felicitaciones.

    ResponderBorrar
  3. Espectacular.. Y sí, concuerdo con el único que no habló.. De hecho me parece que la gran lápida de la escritura en este tiempo (y quizá de la creación artística en general) es tener como último fin la publicación.. Si creáramos más para simplemente no morir, quizás seríamos más libres y fecundos.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Bilingüismo

Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son ...

Profana natividad

* “No lo niegues. Eres como yo. Se te nota”, afirmó Elizabeth. A Marianne, la joven haitiana recién llegada al equipo de limpieza, esas palabras la sorprendieron. “Ayer te vi haciéndolo”, continuó Elizabeth. “Tú ni cuenta te diste. Pensabas que estabas sola, que serías la última en retirarte. Encima dejaste la puerta semiabierta. Y yo justo pasé por allí. Entonces vi que la tenías en tus manos. Me quedé quieta, en silencio. Por la ternura de tus dedos al tocarla supe de inmediato que eso nacía de un corazón ardiente. Me gustó verte así. Me dije: ‘mañana le hablaré’. Más de alguna ocasión también lo hice por aquí mismo. Una vez lo intenté en un vagón del metro, pero alguien me advirtió que se veía como un acto de provocación. Entonces opté por el secreto. A solas. O en mi habitación o, a lo sumo, en los baños. Ayer te vi y te reconocí enseguida. Tú eres como yo”.   * Marianne dejó Puerto Príncipe hace pocos meses. Primero emigraron sus vecinas, luego sus primas y, por último,...

Covid

"¿Es usted el escritor?", me pregunta, seco. "El aprendiz", le respondo y cuando lo veo molestarse debo pedirle que por favor no se vaya. "Dígame, ¿dónde y cuándo se le ocurrió contagiarse? ¿Acaso se creía el único ser inmune del planeta?", empieza dándome duro. "Mire, en verdad no sé qué contestarle", voy de vuelta. "¿Es usted ignorante o pajarón? No se me haga el ruso", me interroga como un policía. "Las dos cosas, pero aún así esta vez sí le digo la verdad". "Vamos -insiste él-, a este paso no terminaremos nunca. Y debo irme en cinco minutos. Apúrese. A ver, dígame, ¿qué pasó luego que le diagnosticaron lo que todo el mundo le había advertido que podía pasarle?". Silencio por tres segundos (al cuarto el individuo se para y se marcha). "Me hospitalizaron", afirmo. "Pero, ¿cómo? Sé que usted está fuera de su país, en una tierra donde es un perfecto analfabeto. ¿Qué hace, por ejemplo, para comunicarse ...