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Pesadilla

Despertó sobresaltado. El señor Buendía tuvo una malísima noche. Soñó que un grupo de encapuchadas vestidas de negro lo secuestraban cuando, de camino a su tribunal oral penal, silbaba contento bajo el calor del sol. Esas oníricas mujeres sin rostro lo subían a un helicóptero y lo alejaban de la ciudad. En los minutos de vuelo se quitaron las capuchas y comenzaron a dispararle miradas en silencio. El juez las reconoció enseguida: una era la madre del niño hospitalizado que dejó de respirar asfixiado en su vómito (“se absuelve al médico acusado por falta de prueba”); otra era la colegiala manoseada en la parte trasera de un vehículo detenido (“se absuelve al profesor acusado porque la víctima fue incapaz de reconocerlo en la sala de audiencia”); y aquella última era la abuela asaltada por una pandilla de adolescentes (“se absuelve a los encartados por no haberse formado este tribunal, más allá de toda duda razonable, la convicción de que hayan participado en los hechos investigados”). Entre las tres, así de la nada, lo cogen por las piernas y lo dejan colgando a punto de caer. El sentenciador, desde las alturas, observa a lo lejos el tribunal donde trabaja. Se percata que la sesión ha comenzado sin él. Nadie lo echa de menos, nadie siquiera menciona su nombre. Las mujeres elevan mucho más la altura de vuelo y al juez lo mantienen agarrado sólo por el cordón de su muy bien lustrado zapato derecho de cuero marrón. El vértigo que siente al ver la ciudad invertida, junto a la sangre que le baja a la cabeza hasta enrojecerlo como tomate, no le impiden defenderse: “¡No, no soy neutral! ¡Tampoco soy indolente! ¡Y mucho menos un animal irracional!”, alega mientras pende de ese cordón que empieza a deshilacharse. “¡Entiéndanme bien, por favor! ¡Soy un juez, no un justiciero! ¡Lo mío es la imparcialidad! ¡Lo inmoral sería actuar como un verdugo! ¡Sé distinguir entre justicia y venganza!”, grita el atormentado magistrado. Pero ya es tarde: en ese momento las mujeres, sin alzar la voz, dictan sentencia por unanimidad. “Culpable. Condenado a caer desde aquí hasta el techo de su tribunal”, y entonces lo dejan en libertad. Ellas observan desde arriba a ese cuerpo que, entre las nubes, se va haciendo cada vez más y más pequeño. 

Comentarios

  1. Un juez como de los muchos q nos aparecen en el Libro de Jueces AT
    Inmortales, incapaces, depravados, nunca un ejemplo de virtud. Nada bueno para quien está apartado de la comunión con Dios.
    Emocionante y cuantos quisieran que una ficción así se volcara a una realidad.
    Felicitaciones!!

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  2. En EE.UU. hay muchos helicópteros: bienvenidas "pesadillas."

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