Sobre un piso de césped
sintético descubrió su vocación política. Sus convicciones graníticas y sus
dietas hipocalóricas lo volvieron un sujeto estrambótico. Por sus textos apologéticos
sobre lo circumbirúmbico y por aquellos ideales estratosféricos, se granjeó fama
de polémico. Para nada problemático, su estilo era -ante todo- poético (y, siendo
bien específico, romántico). Para unos era un lunático, para otros era un
maniático y según sus opositores, un vociferador mediático. Se mostró enemigo
de lo cosmético, tenaz contra lo enigmático y cultivó una retórica categórica. Sus
experiencias traumáticas (fue criado en un medio aséptico, valorando en exceso
lo higiénico), lo volvieron algo escéptico. Siempre fue certero en cuestiones
de pronósticos y diagnósticos (con mínimas desviaciones estadísticas). Sus
cálculos matemáticos y sus giros lingüísticos reforzaron su cariz filosófico-analítico. Huyó de lo jurídico, mas se interesó por los estudios humanísticos y
memorizó los tres evangelios sinópticos. Le dolían los errores ortográficos y
los atentados dolosos a la gramática. Jamás dejó de funcionar como un tipo práctico
ni comprometió su rigor científico, en especial tratándose de teoremas
asiáticos. Le asustaban los movimientos telúricos y, de noche, era consciente de
sensaciones epidérmicas e incluso de las vibraciones peristálticas. Evitaba las
confrontaciones telefónicas, le interesaban las anticipaciones meteorológicas y
sentía curiosidad por las transformaciones arquitectónicas. Sin duda, ¡fue un
hombre feliz!
Ruperto aprendió a leer en la cárcel. El primer libro que leyó completo fue un Nuevo Testamento. Se lo regalaron los gedeones que lo fueron a visitar cuando estaba convaleciente en el hospital penitenciario. Siendo el suyo un lenguaje limitado en palabras, de pronto se halló memorizando versos del evangelio según san Mateo, de las cartas de san Pablo y una que otra cita del Apocalipsis de san Juan. Recitaba sus versículos con la elegancia y el estilo propios de la versión Reina y Valera de 1960. Oírlo predicar era un deleite: mezclaba su jerga de choro porteño con las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. La congregación -compuesta de cogoteros, pederastas y sicarios arrepentidos- ha disfrutado cada domingo de sus homilías sagrado-profanas. “¡Escúshenme bien, giles culepos y sapos lengua’os!”, dice abriendo las Lamentaciones del profeta Jeremías. Y con voz tronante proclama: “¡Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias! ¡Nuevas son ...
Jajaja. Simbólico. Genial y humorístico!!!!
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