Pablo, por primera vez, se instala en la esquina de Colón con Vespucio.
Allí estrenará sus malabares. Se ha preparado con fuego y parafina para
encandilar al público encendiendo sus clavas multicolores. Pese al frío santiaguino
está dispuesto a lucir una polera sin mangas para mostrar sus brazos musculosos.
Andrés debutará esta misma tarde como bombero en la gasolinera ubicada en
Colón con Vespucio. Para causar una buena impresión en los supervisores está
dispuesto a sonreírles a todos, incluyendo a esos clientes que se larguen sin
darle siquiera las gracias por haberles limpiado los vidrios con tanto esmero.
Plumilla es un pichón al que hoy su madre gorriona está dispuesta a
enseñarle a volar. Con esfuerzo ella ha construido su nido en las alturas de una
acacia plantada en la intersección de Colón con Vespucio y ha cuidado cada
detalle para que por fin Plumilla abra sus alas y se eleve por los aires.
Pablo la está rompiendo en la esquina con sus clavas ardientes. Los automovilistas
lo felicitan con generosos donativos.
Andrés, unos pocos metros más allá, también se siente exitoso. Su amabilidad
es recompensada con sonrisas y la gratitud de casi todos los automovilistas.
Plumilla, asimismo, lo está logrando. ¡Qué lindo! Sus temores quedan abajo
-en el nido- mientras él se encumbra hacia las nubes.
Pablo, emocionado, apuesta por cerrar la tarde a lo grande: añade una dosis
adicional de parafina a su clava. Es peligroso y él lo sabe. Pero acepta los
riesgos y prende el fuego de todos modos.
Andrés se distrae por culpa de los ojos de una motociclista de jeans ajustados que le
regala una celeste mirada por la atención recibida. Así, flechado por Cupido, él deja
caer un poco de gasolina sobre el cemento del suelo.
Plumilla sube, sube y sube, pero, de pronto, se intoxica, sufre un lapsus
en su conciencia pajaril y comienza un descenso abrupto.
Pablo acaba de arrojar con fuerza su clava llameante hacia el cielo. La luz
del fuego brilla en las alturas. Se produce un hermoso espectáculo urbano.
Andrés, avergonzado por regar la estación, se apura hacia la bodega para
tomar una escoba y un par de trapos. Debe limpiar el combustible derramado.
Comprende el riesgo y acelera sus pasos.
Plumilla, todavía inconsciente, sigue cayendo en picada libre. De pronto, y
sin advertirlo, su plumado cuerpecito se estrella con la clava incendiada que
Pablo eyectó desde abajo. Plumilla comienza a arder y, sin capitán en el timón
de su cerebro, continúa su caída, ahora convertido en un diminuto meteoro.
Andrés regresa al charco de gasolina -premunido de un escobillón y un trapo
desengrasante- cuando, justo frente a sus ojos, ve caer un pichón flamígero: es
chiquito, pero despide una llama cual encendedor de cigarrillos.
Pablo recibe un billete de alto valor de manos de una señora que, risueña y
coqueta, baja la ventanilla de un Volvo del año, cuando se oye
un ruido salvaje. Al instante su rostro se alumbra y le arde por una masa expansiva de calor, luz y gases.
Ohhhh qué jevy!! Me morí de pena. Súper buen ritmo narrativo.
ResponderBorrarEl comentario es mío anterior es mío, Karina. ( No supe "loguearme" bien desde el celu 🤷🏼♀️).
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