Mis manos todavía huelen a parafina y aun llevo puesto mi pasamontaña negro, cuando lo veo salir de la Fuente Alemana. En medio de la revuelta, él cruza como Cristo caminando sobre las aguas. Al instante reconozco al barbudo. Con tufo cervecero, Carlos Marx me pregunta la razón de mi violencia. “¡Derribar al capitalismo!”, le grito, aguerrido, alzando mi puño. Me mira condescendiente. “Vea, joven, aquí le dejo mi obra ‘El capital’. Mejor quítese esa capucha y lea este libro”. Se marcha. Abro el mamotreto. Tiene una dedicatoria: “Amigo, esfuércese por comprender. Cuestione la realidad. Después podrá defender lo justo”.