Damas y caballeros, hoy se baja el telón de estos "Cuentos sin gloria". Tal cual. Es hora de cerrar el boliche. Vayan, pues, mis primeras palabras para agradecer a quienes durante estos dos años (y unos pocos días) hicieron gala de gran paciencia al recibir y leer estas pequeñas historias tan ordinarias como la vida misma. Este blog fue mi escuela (diminuta e imperfecta, pero mi escuela). Aquí me equivoqué muchas veces y en algunas oportunidades, acerté. Sin ustedes esto habría sido algo desabrido. Fueron sus reacciones (pacíficas, furiosas, amables, enérgicas a ratos, mas nunca violentas) las que me alentaron y corrigieron. Desde los honestos e insobornables consejos de mi amada esposa (Franz, ¡¿pero qué cosa es esto?!) hasta los interesados comentarios de un estudiante desesperado por aprobar un curso (¡maravilloso, profesor!), todo fue bueno en su tiempo. Ya lo dijo miles de años atrás el sabio autor del Eclesiastés, "no hay fin de escribir muchos libros". Sí,
“¿Supiste? ¡Echaron a Galleguillos!”, fue la noticia de la mañana. Me dolió. ¡Y encima en las vísperas de la navidad! La crueldad del calendario no daba tregua: navidad era el peor de los momentos para tragarse una noticia lapidaria, una que golpeaba a toda una familia. Galleguillos siempre me había parecido un hombre bueno. Por él conocí a su mujer y sus tres niños. Les visité varias veces en su departamento del centro de la ciudad. Me impresionaron como una familia hermosa: desordenados, divertidos, llenos de vida. Pero la gerencia no evaluó su calidad moral sino los resultados de Galleguillos en el mercado. La evidencia era indisputable: nuestro local iba a la baja en todos los índices sobre calidad, cobertura y margen de ganancias. Ni modo. “Las matemáticas dicen la verdad, así que guarde esas lágrimas para cuando mejor las necesite”, me dijo el presidente del directorio cuando me vio entristecido por la partida de Galleguillos. Y acotó: “Pese a todo, ¿sabe qué?, hemos decidido hac