“¡Urrutia presidente!” fue nuestro grito de guerra ese marzo de 1990. Éramos pililos del séptimo básico, inexpertos en todo, pero motivados para hacer campaña dentro del curso. No queríamos que ganara el Zavala: era un repitente del año pasado, mascador de chicles para disimular su aliento a pucho y uno de los primeros compañeros que lucía un incipiente mostacho (eso sí, lo suyo era apenas una chafarrinada en el rostro comparado con la barba dura que ya se asomaba en el mentón del Becerra). La mayoría nos jugamos por el Urrutia. En el último consejo de curso los dos candidatos pasaron al frente para responder nuestras preguntas. Eran interrogantes fundamentales: ¿Cuál sería la cuota mensual para el paseo de fin de año? ¿Cómo se las arreglarían para lograr que los profesores aplazaran las pruebas? ¿Podían asegurar que los días del campeonato mundial de fútbol las clases se suspendieran? ¿Quién era capaz de impedir que la vieja de castellano nos siguiera obligando a leer puros libros abu
Historias corrientes que pueden estar sucediendo en este preciso momento en cualquier lugar del mundo.