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Mostrando las entradas de octubre, 2021

Elecciones

“¡Urrutia presidente!” fue nuestro grito de guerra ese marzo de 1990. Éramos pililos del séptimo básico, inexpertos en todo, pero motivados para hacer campaña dentro del curso. No queríamos que ganara el Zavala: era un repitente del año pasado, mascador de chicles para disimular su aliento a pucho y uno de los primeros compañeros que lucía un incipiente mostacho (eso sí, lo suyo era apenas una chafarrinada en el rostro comparado con la barba dura que ya se asomaba en el mentón del Becerra). La mayoría nos jugamos por el Urrutia. En el último consejo de curso los dos candidatos pasaron al frente para responder nuestras preguntas. Eran interrogantes fundamentales: ¿Cuál sería la cuota mensual para el paseo de fin de año? ¿Cómo se las arreglarían para lograr que los profesores aplazaran las pruebas? ¿Podían asegurar que los días del campeonato mundial de fútbol las clases se suspendieran? ¿Quién era capaz de impedir que la vieja de castellano nos siguiera obligando a leer puros libros abu

Banalidad

Hannah enciende su enésimo cigarro de la mañana. Sale del metro en la estación Quinta Normal. Está decidida a caminar las cuadras que la separan de la oficina de Extranjería y Migración. Se arma de paciencia y, documentos bajo el brazo, avanza con tranco presto por la calle Chacabuco. Los meses que lleva en Chile le ayudan a mirar con distancia lo que dejó en su tierra natal. Su equipaje es ligero: tomó consigo las pocas cosas que le cupieron en las manos el día cuando escapó para salvar su vida. Su trabajo como académica, sus publicaciones y sus comentarios políticos la volvieron el blanco perfecto para un gobierno empeñado en hacerla callar. Mientras tanto, camina y camina por calle Chacabuco. Se detiene a encender otro cigarro. En un incipiente español le pregunta a un maestro de la construcción cuánto le falta para llegar al número 1216. Le dicen que poco. Suspira y renueva la fuerza de sus pasos. Llega por fin. Se acerca a la ventanilla de la oficina de partes y, tras varios error

Cualquiera

Aquí antes hubo tres cruces. Hoy, sólo una cabaña. El carpintero que la construyó conocía bien el oficio. De algún modo se las encarga para que, aún en su ausencia, el fuego se mantenga encendido. La única puerta -angosta, pero hecha a escala humana- permanece siempre abierta. No hay cercas, rejas ni alarmas. La experiencia enseña que entra cualquiera. A cambio de libros en los estantes, cuadros en las paredes y muebles dispersos por la habitación, en su interior apenas se halla un mesón donde se ofrecen sin parar pan fresco y vino nuevo. Ayer fue el turno de una mujer. Llegó sola, pero atormentada por siete demonios. Entró, se quitó los calzados, soltó su cabellera y aflojó sus ropas. Mientras el sol se ocultaba, ella se olvidó de sus vergüenzas y, sin culpas, tomó lo que había en la mesa. Comió y bebió hasta sentir que era hija, que era amada y que sus cadenas cedían. Al amanecer, emprendió su regreso a casa, liviana y liberada. Hoy le toca a hombre viejo. Viene solo, pero perseguido

Moncho

Su vida cabe en tres escenas. Primero fue un bebé sobreviviente que, por la astucia de una matrona, burló a la autoridad que procuraba extinguirlo desde que era un feto. Cuando ya no fue posible seguir ocultando el hecho de su nacimiento, su madre lo entregó en adopción. Fue acogido por una mujer de la élite social. Creció hablando idiomas, leyendo poesía, iniciándose en las ciencias y saboreando el poder político. De joven tuvo sueños libertarios, tonificó sus músculos y abrazó ideales por los que llegó a matar a un hombre. Al descubrirse la sangre derramada, huyó de la justicia criminal. Desapareció del mundo. Comenzó entonces su segundo tercio viviendo un autoexilio. En tierras extranjeras se casó y se hizo padre. Los años pasaron y el delito prescribió. Engordó, le salieron canas y un día pensó que la vista le estaba fallando pues sus ojos parecían mostrarle un espectáculo botánico sin explicación racional. De curioso se acercó a mirar. Sin buscarlo, fue cautivado por el absoluto y

Concursos

Rodolfo despertó pleno. Su sueño había sido agradable. Se halló de pronto frente a la comisión evaluadora de su curso de derecho penal. Dos profesores invitados acompañaban a la maestra titular de la cátedra. Él metió la mano a la tómbola y sorteó la papeleta número ocho. Sentía que la suerte estaba a su favor. Leyó en voz alta: “Tema: los concursos. Pregunta: discurra sobre las diferencias entre un concurso real y otro aparente”. Sin más, comenzó su exposición. “El concurso aparente -afirmó el estudiante- es como aquellas rifas truchas que yo salía a vender a la calle cuando era chico. Nunca hubo premios y jamás se realizó el sorteo, pero igual mis vecinos caían y me compraban todos los números”. “¡Brillante, Rodolfo!”, exclamó extasiada la penalista. “Siga, por favor”, acotó ella. “Y bueno -volvió el aprendiz-, el concurso real es uno de esos que se hacen en la televisión, cuando hasta el notario tiene que estar presente y las bases fueron publicadas en internet”. La comisión se pus